Barcelona, 2016.
264 páginas, 23,90 euros.
VOLANDO VENGO
En 2009 Altarriba y Kim publicaban El arte de volar, novela gráfica que al año siguiente se hacía con el Premio Nacional de Cómic. En ella el guionista contaba la vida de su padre. Ahora llega el turno de la madre.
El dibujo de Kim no desfallece a lo largo de las más de doscientas cincuenta planchas que componen el volumen. De nuevo Altarriba hace hablar por los codos a sus héroes, aunque en esta ocasión prescinde de la voz del narrador. Pero vuelve a imponer su punto de vista como testigo lúcido y referencia moral a unos personajes que prolongan el discurso de su libro anterior, con matices.
Para mi gusto el comienzo es muy torpe, con ese hijo que, ante su madre muerta, suelta: “¡Qué poco sabía de ti, mama…! O, peor, ¡Qué poco caso te hice…! No te escuché ni me preocupé en entenderte… Ahora cobran sentido muchas cosas… empiezan a encajar las piezas del puzzle…”
Tras ese tremendo subrayado, lo cierto es que toda la infancia de la madre, empezando por la brutal escena del parto, resulta interesante.
Kim aporta veracidad a esa descripción de una España rural y salvaje con un dibujo tan atractivo como sólido. Pero el guión se distrae mucho con las andanzas teatreras del padre, abandonando al personaje principal. Me interesan bastante las desgracias y la evolución de la protagonista, mientras que la decadencia y las borracheras de su progenitor me cansan y me sacan de la historia.
En el segundo acto, el salto a la gran ciudad funciona muy bien. Cuando la apocada pueblerina se convierte en una gobernanta segura de sí misma realmente nos creemos su crecimiento, maduración y mejora. Aún más, sus tropiezos con el personal de la casa, la forma en que se enfrenta a los problemas, la exposición de las intrigas que abundan en el entorno de su patrón, todo eso está contado de forma que ayuda al relato principal, lo empuja hacia adelante.
Tras el matrimonio, la tercera parte vuelve a irse por las ramas. Acierta en algunos detalles íntimos, como la complicad vida conyugal de la pareja, pero se nota que al guionista le encanta la historia del general y permite que el relato se incline hacia su figura, olvidando de nuevo a la protagonista. Es cierto que las desventuras de ese militar franquista que sin embargo intrigó para recuperar la monarquía son interesantes. Pero en el conjunto de la obra ocupan demasiado espacio y son un escollo casi insalvable.
La última parte adopta un aire algo más ligero y al menos tiene la virtud de ser breve. El balance es irregular. Creo que hay pasajes intensos y veraces dentro de un conjunto desequilibrado y que pierde el foco con frecuencia. Me quedo con el segundo acto, de una precisión narrativa de libro, con todos los niveles de la acción encajando entre sí y apoyándose unos a otros a la perfección. El tono general recuerda al del primer libro, en cuanto a la sensación de reproche que transmitía. Allí era hacia el padre, el inútil que no había sido capaz de luchar por sus ideales y que hacía bien suicidándose. Aquí el dedo acusador no es tan firme, básicamente se repasan las desgracias de una infeliz que vivió lo mejor que pudo, a pesar de tener todo en contra: lisiada, mujer en época de hombres, casi analfabeta, beata… Altarriba contempla a su madre desde su atalaya moral aunque por otro lado parece sentir un innegable afecto por ella y el volumen se resiente de esa ambivalencia. La admira por su abnegación y su capacidad para sobreponerse a las circunstancias adversas, pero al tiempo odia la base cristiana que es el motor y el apoyo de su progenitora. En ese sentido el guión no ahorra burlas hacia toda monja o cura que aparece en las viñetas, no hay uno bueno, ya hemos pillado la idea.