160 páginas, 15,95 euros.
¡YO SOY LEGIÓN!
Los aficionados no necesitan que nadie les recuerde las cualidades de Robert Kirkman, guionista de Los Muertos Vivientes e Invencible.
La primera se ha hecho famosa gracias a su adaptación televisiva pero sigue siendo mejor en viñetas, como su último episodio (hasta el momento) prueba, con esas manadas de zombies y ese increíble final con los monstruos parlanchines. Tanto en esta serie como en Invencible (una puesta al día de Superman) el autor se las apaña para introducir ese tan necesario factor humano.
Puede respetar todas las normas genéricas que corresponden en cada caso, pero luego encuentra el momento para desvelar facetas de los personajes que no esperábamos o que demuestran que tienen más dimensiones de las que suponíamos. Kirkman es un tipo brillante y casi todo lo que publica merece atención.
Su último trabajo no ha sido la excepción a esa regla. Primero, llama la atención su capacidad para emparejarse con buenos dibujantes. Sus compañeros al lápiz tanto en las otras series como en esta Paria son no sólo correctos artesanos sino, lo que es más importante, grandes narradores. Manejan bien copiosos conjuntos de personajes, se aseguran de que las interpretaciones sean adecuadas, sitúan al lector para que en todo momento se siga bien la acción y aportan variedad a la planificación. Y además, como este Azaceta, tienen estilo. Estilo que se ve reforzado por el trabajo de una fascinante colorista, Elizabeth Breitweiser, que aporta unas gamas envolventes que favorecen mucho al angustioso clima de la historia.
La cosa va de posesiones demoníacas. O, mejor, de posesiones a secas. El protagonista tuvo que lidiar en su infancia con su madre, aparentemente dominada por un ente satánico, y más tarde con su mujer, a la que casi mató para expulsar al maligno. Como comprenderán, la salud mental del muchacho es más bien frágil. Hasta que da con un predicador que le pide ayuda en un exorcismo. Es entonces cuando el héroe descubre una pauta en todos los acontecimientos que han marcado su trágica vida y decide hacer algo al respecto. Por el camino se suceden los asesinatos y un misterioso personaje se le instala en la casa de al lado, después de liquidar a su vecino.
Como siempre, Kirkman articula muy bien las amenazas externas con las internas. Esta suerte de Don Quijote y Sancho que son los dos protagonistas, no representan uno a la seguridad y el otro a la incertidumbre sino que ambos se enfrentan como pueden a la duda y al absurdo de una existencia aparentemente sin sentido.
Pero si el bien no parece muy atento a lo que les ocurre a los humanos, el mal no descansa. Esta es la tesis central del comic. Si no hacemos nada el triunfo del mal será imparable. Mientras los protagonistas discuten sobre qué hacer a su alrededor las tinieblas crecen. El guión mezcla muy bien los sucesos del pasado con la acción en el presente y a lo largo de este primer libro vemos cómo la conciencia se despierta en el héroe hasta que al final reúne el valor para volver a la habitación donde todo lugar todo el drama familiar. Por el camino conocen a un agente del FBI que ha perdido a su mujer e hijos a manos de un compañero “que se volvió loco”. Cuando conversan con él comprueban que lo que le afecta no es exactamente una demencia.
Kirkman utiliza con habilidad las suspicacias de cualquier lector ante temas semejantes. Así que siembra de dudas el argumento. Quizás los poseídos están locos, quizás no. Quizás hablamos sólo de violencia familiar, quizás no. Es una gran serie de terror y yo se la recomiendo.