512 páginas, 29,90 euros.
LAS ENSEÑANZAS DE DON GRANT
Grant Morrison nos ofrece una psicodélica historia de los superhéroes desde sus orígenes hasta nuestros días.
Muchos de ustedes ya sabrán que no cuento al escocés entre mis guionistas de cabecera, más bien al contrario. Nunca entenderé cómo se puede reeditar su Animal Man, el respeto que algunos sienten por Los Invisibles y otras creaciones suyas o porqué dibujantes tan notables como Frank Quitely se avienen a colaborar con él en proyectos como All Star Superman.
Quienes como yo aborrecen el trabajo de este sobrevalorado escritor, encontrarán en el libro razones sobradas para renovar su inquina. Como cuando se dedica a contarnos sus experiencias extracorpóreas y sus viajes alucinantes desde Katmandú o cualquier otro lugar cool del planeta. Morrison se representa a sí mismo con los rasgos de una estrella del rock, con una vida cargada de locuras y excesos y hasta alguna que otra novia adolescente, según confiesa. Además, no pierde ocasión de cantar las virtudes de su propia obra, de forma tan convincente que hasta a mi me han entrado ganas de hojear su Flex Mentallo o su Crisis Final. Por supuesto, pronto recobramos la cordura pero debo admitir que casi acabamos creyendo que es uno de los autores clave para comprender la evolución del género. En realidad, son muchos quienes parecen compartir esa opinión.
Tampoco se separa de la corriente dominante en su valoración de lo que sus compatriotas han significado en el comic americano. Al menos reconoce la deuda sentimental e imaginativa que tiene con los mundos superheróicos americanos, pero enseguida pasa a explicarnos cómo fueron los guionistas ingleses los que aportaron profundidad a esos comics. Algo que muchos europeos tienden a suponer, olvidando las aportaciones de tipos como Simonson, menospreciando a Byrne, etc.
Si en lo general Morrison no nos depara muchas sorpresas, cuando descendemos al detalle el libro está lleno de agradables hallazgos. Primero, salvo esporádicas pajaradas autobiográficas, resulta muy entretenido y hasta podemos compartir gran parte de sus planteamientos. Como una de sus conclusiones: la idea de que el arte cambia el mundo y que una visión deprimente de nosotros mismos nos empeorará, mientras que las inspiradas versiones que nos brindaban los superhéroes no hacían más que elevarnos y ayudarnos a soñar con universos mejores. También aplaudo su defensa de la imaginación y la fantasía, frente a las pretensiones de ciertos autores de insistir en los aspectos realistas del género. Los superhéroes nos fascinan precisamente porque no son reales.
Pero es en el terreno de las anécdotas y de la crítica de obras concretas donde nos topamos con el mejor Morrison. Como cuando analiza Watchmen, juzgando sus personajes como salidos de una mala fotonovela y señalando las debilidades del guión de Moore. Defiende su precisa estructura y sus campañas de marketing, pero desmonta gran parte del mito que se ha tejido en torno a esa serie. O su elogio de las aportaciones de Starlin, que conecta directamente con el consumo de LSD. O su adoración por el Cuarto Mundo y otros trabajos del último Kirby, de cuyas capacidades como adelantado a su época no duda.
Irritante y entretenido a partes iguales, creo que no es necesario ser un fan de Morrison (ni mucho menos) para disfrutar con muchos pasajes de este volumen. Podremos estar más o menos de acuerdo con sus ideas pero al menos aporta una visión fresca y algo diferente sobre un asunto tan manoseado como el de los superhéroes. Aquí la editoial nos hace llegar un pequeño extracto.