150 páginas, 18 euros.
AJUSTE DE CUENTAS
Hace cosa de un año Beltrán y Seguí ganaban el primer Premio Ciudad de Palma de Cómic (primero y último por una temporada). Yo les felicitaba desde estas páginas y auguraba una obra interesante, dada la trayectoria de ambos autores. Ahora se publica su novela gráfica.
Por un lado en catalán a cargo del Ayuntamiento y una editorial local que deja por un momento los zombis para dedicarse al costumbrismo de corte social; por el otro en español por Astiberri. En ambos casos una edición impecable, aunque las apariencias no servirían para nada si su interior fuese despreciable, que no es el caso.
Beltrán nos cuenta parte de su infancia y adolescencia. Algunos se han apresurado a hacer sociología de los ochenta, a recordar al “Vaquilla”, el apogeo de la heroína, la salida del franquismo y todo eso. Razones no les faltan ya que los autores se mueven entre aquello que Pasolini llamaba el lumpenproletariado.
Ya saben, esas gentes olvidadas de Dios a quienes Buñuel dedicó una muy mexicana y cruel película. También protagonizaron algunos films de Saura, aunque si alguien popularizó el tema fue sin duda Jose Antonio de la Loma. La posición dominante al respecto era muy ambivalente. Por un lado se cruzaban las clásicas acusaciones al sistema, culpable habitual de todo, mientras por otro se reconocía la peligrosidad de unos detritus sociales de difícil regeneración. Pero Beltrán esquiva con inteligencia la tentación de centrarse en la crítica social y, siguiendo en gran medida el modelo desarrollado por Carlos Giménez en su “Barrio”, desplaza hacia el fondo el contexto histórico y pone en primer plano a los personajes. Primer acierto en un trabajo lleno de ellos.
Otro es el que me engancha al álbum. Beltrán y Seguí cuentan cómo unos niños guían a los marineros americanos hacia el barrio de las putas para sacarse unos duros. En esas están cuando se topan con unos marinos de origen portorriqueño con quienes pueden entenderse. Como los críos no quieren volver a sus casas, los americanos los acomodan en su pensión. Ahí es donde yo temía una escena de abusos que ratificara la maldad intrínseca de todo yanki. Muy al contrario, el guión los presenta como dos tipos encantadores que invitan a desayunar copiosamente a los zagales. De tal manera que cuando la madre le pregunta dónde ha estado al niño Gabi, éste responde “¡en América!”. Creo que para muchos los USA han representado un sueño de libertad y democracia, a través de sus gentes, películas y tebeos. Sin embargo esa faceta apenas se nos muestra y nuestros jóvenes crecen con la idea cierta de que Estados Unidos representa el mal absoluto. Que alguien compense esta versión de vez en cuando es de agradecer.
A partir de ahí, todo mantiene un tono emotivo, cargado de humanidad, compasión y buenas maneras narrativas. Mis capítulos favoritos son los más breves y aquellos en que el protagonismo no recae en Beltrán sino en algún vecino, como el señor Paco. Es un relato preciso, poético, intenso y perfectamente rematado. El mismo tono seco y directo mantiene en el del albañil, su padrastro. Hay drama pero se evita el falso sentimentalismo, ofreciéndonos otro fragmento de realidad que nos conmueve.
Vuelve a un empleo fuerte de las elipsis en “Semáforos”, aunque ahí puede generar cierta confusión. Sorprende todo lo que cuenta sobre abusos a menores, sin subrayado alguno. Nos recuerda que la violencia no es una cuestión de clase. Otro corte fuerte y este sí muy eficaz lo encontramos al final de “Invisible”. Ese fundido a negro con el que concluye el episodio corona una secuencia de acción perfecta.
Y aquí conviene detenerse por un momento en el dibujante. Si Beltrán ha escrito con sencillez y precisión un conjunto de sucesos que nos enternecen a pesar de su dureza, ello se debe en no poca medida al prodigioso trabajo de Seguí. Atraviesa eso que el tópico define como “dorada madurez”, que en su caso es más bien plateada. Mantiene sus acabados a lápiz, que de alguna manera robustecen un dibujo básico y eficaz. Un trabajo maravilloso sin fisuras, lo borda. El color, a cargo de Gabi Beltrán, es tan contenido como sugerente, primando la creación de atmósferas y la transmisión de sensaciones. Emplea una gama sorprendentemente gris para los luminosos veranos palmesanos, pero le funciona.
Los argumentos son consistentes y sólidos. Citaría todos los episodios pero no me queda espacio. Maravilloso el de las putas, aunque quizás me sobra algún subrayado del texto. Increíble el del descapotable y el final, aunque bonito, confío en que se quede en un “continuará” y pronto podamos disfrutar de más Historias del Barrio.
¿Pegas? Apenas. Creo que algunos pasajes podrían cargar con menos texto y aligeraría todo lo dedicado al autoanálisis. Cuando permiten que los hechos hablen por sí solos y que los lectores saquen sus propias conclusiones, funciona mejor. Pero repito: el balance general es muy alto, estamos ante una obra interesante y, por partes, muy emotiva.
Con ella se cierra de forma brillante una larga temporada de relación especial entre el Ayuntamiento de Palma y el cómic. Ahora el tiempo dirá qué es lo que va a pasar. Desde aquí sólo me queda felicitar y expresar mi gratitud a los responsables. Especialmente al director del Solleric, Joan Carles Gomis, que tanto apoyó la línea de exposiciones dedicadas al medio y que tuvo mucho que ver con la creación del Premio Ciudad de Palma de Comic. Su etapa ha concluido y creo que puede sentirse bien satisfecho de sus logros. Yo lo estaría.
¡Feliz año nuevo a todos!