viernes, 17 de diciembre de 2010
Arroz pasado. Juanjo Sáez.
AUTOR PASADO
Arroz pasado.
Juanjo Sáez.
Reservoir Books. Barcelona, 2010.
784 páginas. 26,90 euros.
En su momento aplaudí las primeras obras de Sáez, Viviendo del cuento y El Arte, conversaciones imaginarias con mi madre. Eran trabajos frescos, realizados por un narrador chispeante y con cosas nuevas que decir. Su mezcla de ingenuidad y pedantería funcionaba y su relativo éxito entre los modernos de este país parecía bien merecido. Su siguiente entrega, Yo. Otro libro egocéntrico de Juanjo Sáez, ya me hizo arrugar la nariz. Como casi todos los volúmenes que aprovechan encargos diversos tenía partes interesantes al lado de zonas estiradas, con un balance muy irregular. Luego, zapeando entre canales, pude ver unos dibujos animados que llevaban la inconfundible firma de su estilo en alguna cadena catalana. Efectivamente, se trataba de Arròs Covat, una serie que antes de saltar a la televisión nació en forma de story-board o historieta. Es lo que ahora se ha publicado en un grueso volumen de casi ochocientas páginas.
En ellas se nos narran las aventuras y sobre todo desventuras de Xavi, un joven diseñador catalán que se encuentra en un momento crucial de su vida. Empieza en la cresta de la ola, recibiendo un premio Laus y flirteando con una admiradora. Pero luego entra en crisis, el trabajo comienza a ir mal, deja a su novia, su tía sufre un colapso, sus amoríos son un completo desastre… El tono oscila entre la farsa romántica y el drama con pretensiones. En las solapas se compara el trabajo de Sáez con el de Woody Allen, algo que sin duda encaja con las aspiraciones del autor, aunque no tanto con sus logros.
Arroz pasado ofrece no pocos momentos de diversión, sobre todo en las secuencias con las queridas. Toda la escena en casa de la diseñadora de tetas bamboleantes es graciosa. Lo mismo la de la banquera con su niño-cerdo de ojos enrojecidos. También está bien construido el descenso de la nevera con el ex-suegro. Pero en general el humor es de un tono bastante grueso, no sé si por razones de contagio o exigencia televisiva. Alcanza notas tan grotescas como las del taxista de “Madriz” que, por supuesto, es un perro, escucha la COPE y odia a todos los catalanes. ¿Se imaginan tal acumulación de tópicos pero al revés, en un honrado funcionario del taxi de Barcelona? Supongo que en su caso el odio a los madrileños estaría justificado, que es más o menos lo que viene a decirnos Sáez.
En fin, lo peor de todo es que el libro resulta muy tontorrón. La historia está estirada, es aburrida y pretenciosa. El protagonista es un llorica con el que resulta imposible identificarse. Todo se cuenta como si tuviera mucha importancia cuando en realidad asistimos a un encadenado de anécdotas más bien insignificantes. Respecto al dibujo, mantiene el minimalismo habitual aunque aquí debe detallar algo más de vez en cuando, supongo que por razones dramáticas o de actuación de los personajes. Esto se traduce en que a veces se ve obligado a dibujar ojos ¡y hasta algunas bocas!