80 páginas, 11 euros
RETORCIDA CLARIDAD
La proximidad del Salón de Barcelona hace que el volumen de novedades aumente, desequilibrando peligrosamente la economía de los aficionados. Entre todas esas lecturas uno se lanza instintivamente sobre aquello que sospecha le aportará mayores satisfacciones.
Y, si Corben anda por en medio, yo no suelo dudar. Como saben, el autor fue una de las grandes estrellas en los setenta y luego su brillo se apagó progresivamente hasta casi desaparecer, devorado por sus experimentos con el color. Sorprendentemente hace unos años asistimos a su resurección, marcada por un retorno a los orígenes, un poderosísimo blanco y negro lleno de contraluces y unas figuras más deformes que nunca, Corben en estado totalmente puro. Desde entonces sólo nos ha dado alegrías. Su gran momento de forma sólo tenía una pega: los guiones que ilustraba eran bastante mediocres. Él los hacía parecer mejores, tal es su capacidad narrativa, pero ninguno era demasiado interesante.
Ahora vuelve con Hellboy, una serie pródiga en atmósferas y huérfana de buenos argumentos, y resulta que nos brindan una pequeña obra maestra.
Mignola consigue hilvanar un relato coherente, con un protagonista interesante, ese Tom Ferrell que ha vendido su alma al diablo para luego arrepentirse de ello, y con su héroe cuernicorto en un papel muy secundario. El relato se sigue con interés y, por momentos, mete auténtico miedo. Acompañamos a los dos personajes en su viaje por esas montañas siniestras y llenas de pecado y vileza, que parecen sacadas de un cuento de Lovecraft. El enfrentamiento final con el diablo y sus acólitos se mantiene a la altura de las espectativas creadas y Mignola evita la ironía que carcateriza a Hellboy y que en muchos casos sólo sirve para distanciar al lector.
Contiene escenas brillantes, como la de la piel vacía de la chica, ocupada por diferentes animales, o la del ataque con ataudes a la iglesia. Toda la secuencia de las minas es repugnantemente terrorífica. Por supuesto, la gran baza es Corben. Se me acaban los adjetivos con él. Manchas poderosas, deformaciones de la realidad que resultan más veraces que cualquier fotografía, volúmenes rotundos, cuerpos que sudan, tiemblan, se convulsionan, escupen, sombras que invaden las figuras y adquieren vida propia, un increíble sentido de lo grotesco que emparenta sus brujas con las de Goya, por muy exagerado que pueda parecer, una narrativa clara, rotunda y aterradora...
Este tebeo no se lee, se devora, se disfruta desde la primera a la última viñeta. Nos creemos lo que pasa y esos racimos de brujas agazapados en la oscuridad de las minas consiguen aterrorizarnos. Como las arpías que rodean la vieja iglesia al modo de los zombis en las películas de Romero. Por supuesto, no olvida su afición a la carne y nos ofrece una buena muestra en esa bruja tan zalamera como peligrosa. En fin, toda una lección impartida por uno de los últimos grandes maestros. Corben siempre se sintió cómodo en el terror, en las zonas más húmedas y resbaladizas de nuestra conciencia, y con esta obra vuelve a casa, al territorio donde sigue siendo el rey. No se lo pierdan.