jueves, 21 de enero de 2010

Los cuentos del tío Vázquez

Los cómics de Vázquez

El anuncio de una producción cinematográfica dedicada a Manolo Vázquez ha vuelto a poner de actualidad al genial dibujante. No sé si Santiago Segura tendrá los registros necesarios para darle vida o si Oscar Aibar, el director, conseguirá un retrato que vaya más allá de los tópicos. Lo que está claro es que es la primera vez que el cine español aborda la biografía de un dibujante de tebeos y eso es una buena noticia. 


En el caso de Vázquez temo que se quedarán con los aspectos más llamativos de alguien que fue tanto autor como personaje, con hazañas tan variopintas como las descritas por mi amigo Javier Cuervo en su artículo.

Todos los dibujantes de la escuela Bruguera que han pasado por el salón Internacional del Comic del Principado de Asturias nos han contado alguna. La que más se repite: la del taco de hojas cobrado y no dibujado. Según las versiones, Vázquez rellenó sólo la primera página y dejó en blanco el resto. Otros lo adornan comentando que puso los números en todas las esquinas derechas, para dar mejor el pego. Al final da lo mismo: consiguió en su vida real aproximarse a la caricatura que ofrecía de sí mismo, aquel By Vázquez que estaba siempre huyendo de la ley y dejando facturas impagadas tras de sí.

Cuando en 1993 lo invitamos al Salón de Gijón, demostró que las leyendas tenían una base muy real. No sólo por la simpatía que derrochaba a raudales, ligando con ferocidad con camareras, recepcionistas, aficionadas y cualquier otra fémina que se le pusiera a tiro. También por su aspecto de bohemio pasado de rosca, con su pancita y su coletilla que recogía un pelo que retrocedía sin piedad hacia la calvicie total. Vázquez se hacía notar y jugaba con estruendo su papel de tipo cachondo que a nadie le gustaría tener como cuñado. No sólo eso. Una noche, al regresar a altas horas de la madrugada al hotel, se encontró con que la policía lo esperaba. Ya saben que cuando dejamos nuestro deneí al registrarnos, comprueban nuestros antecedentes, o algo así. Pues Vázquez debía tener algunas cuentas pendientes. Pero a los pocos minutos los esforzados guardianes de la ley ya estaban riéndose con él y la cosa, por supuesto, acabó en nada. Genio y figura.

Todo esto no debe hacernos olvidar al Vázquez que conocimos de niños y que considero permanecerá. Estoy de acuerdo en que no es Franquin. Ni trabajó en el mismo contexto industrial y cultural ni creo que hubiera tenido la paciencia o el carácter necesarios para tomarse más en serio su trabajo. Vázquez es lo que es: pura ocurrencia, ingenio sin sofisticación, chistes directos con un dibujo veloz y sin florituras. Y en ese terreno es grande.


Recientemente se reeditaban algunas de las aventuras de su Anacleto agente secreto. Aunque, como todo lo de Vázquez, cada página de esta serie parece hecha en dos patadas, nos da igual. Su humor infantil, su chispa, sus pinceladas absurdas siguen tan frescas como siempre. Y tenemos la misma sensación con el resto de sus personajes. ¿Los recuerdan? Las hermanas Gilda, La familia Cebolleta, Ángel Siseñor, La familia Churumbel, Angelito, Alí-Olí, El Inspector O’Jal, Feliciano, La abuelita Paz y tantos otros. Con ellos tenemos la sensación de que todo es posible: una abuelita puede ser más peligrosa que un pánzer y un bebé comportarse como un arma de destrucción masiva. Vázquez conocía bien la naturaleza humana y encontró la forma de convertir en chiste ese saber. Vivió y murió como un hombre libre y esa autonomía total se nota en su obra, que se resiste a ser encajada en ningún modelo previo. No fue un ciudadano ejemplar pero nos hizo reír de lo lindo y eso siempre es de agradecer.