miércoles, 24 de febrero de 2010

El desencanto - Andrew Anthony

Planeta, 2009.
376 páginas,

20,50 €


SE LLAMA
MIEDO

En la novela de Tom Wolfe Soy Charlotte Simmons, encontramos un pasaje que señala algunas de las paradojas de la corrección política. En una universidad, un erudito profesor muestra imágenes de un experimento de neurociencia. Un toro de lidia ha recibido unos implantes cerebrales que permiten al científico de turno controlar sus impulsos, dirigiéndolo a su antojo. Cuando algunos alumnos lo ven, empiezan a clamar contra lo que consideran crueldad hacia los animales. Pero el maestro, que es perro viejo, replica rápidamente que en España el maltrato a los toros es un rasgo cultural propio. En la novela los estudiantes se quedan paralizados ante el argumento, ya que el respeto a la diversidad cultural se considera un valor supremo.

Ocurrió algo parecido con las famosas caricaturas de Mahoma. Cualquier otro suceso similar activaría inmediatamente las alarmas en defensa de la libertad de expresión. Pero como los ofendidos no eran los príncipes, como en la sonada portada de El Jueves, las voces se acallaron y en su lugar se alzó un miserable murmullo de susurros acobardados que, en nombre de la multiculturalidad, nos sugerían de qué se puede hablar y de qué no.

Del caso de las caricaturas de Mahoma se nos han ofrecido diferentes versiones. Yo les recomiendo la de Andrew Anthony en su libro El desencanto, que paso a resumir. Todo empezó en 2005 con El Corán y la vida del profeta de Käre Bluitgen, una autora de libros infantiles que no conseguía encontrar un ilustrador para su obra. El caso de Theo Van Gogh y otros similares habían provocado el miedo. Esto fue lo que motivó que el periódico Jyllands-Posten publicara doce caricaturas de Mahoma. Semanas después una delegación de once embajadas instaba al gobierno danés a aplicar el peso de la ley sobre los responsables. La fiscalía investigó y no consideró a los dibujantes culpables de delito alguno. Entonces un grupo de imanes daneses recorre Oriente Próximo explicando “el dolor y el tormento” que todo esto les había causado.

Sin duda recuerdan el resto: boicot a los productos daneses en Oriente Próximo; en 2006 las embajadas de Dinamarca y Noruega en Siria son incendiadas, también la embajada danesa en Líbano; en las manifestaciones que se produjeron de Nigeria a Pakistán murieron más de cien personas; un ministro indio ofreció más de un millón de libras por la cabeza de uno de los caricaturistas; los casos de intento de atentado cuya justificación eran las caricaturas se multiplicaron; algunos periódicos europeos decidieron publicar los dibujos, en solidaridad con sus colegas daneses; otros miraron hacia otro lado, hablando del “desprecio europeo hacia otras culturas” y de “ofensas deliberadas”.

Cuando hace años un grupo judío demandó a Wuillemin por Hitler SS a mi me pareció bien. Si alguien se siente ofendido por una historieta puede protestar, siguiendo los cauces legales. Pero que directamente se decida silenciar una opinión recurriendo a amenazas de muerte es bien diferente.

El asunto sigue abierto, como nos recordaba una noticia que se producía estas navidades. La casa del dibujante danés Kurt Westergaard, de 74 años, era invadida por un energúmeno que pretendía matarle, armado con un hacha y un cuchillo. La policía intervino a tiempo, como ya hizo en 2008, año en que los servicios de inteligencia daneses frustraron un primer intento de asesinato, y en 2009, cuando el FBI abortó un segundo atentado. Westergaard ha declarado: “No tengo miedo, pero estoy muy enfadado por sufrir amenazas porque solo hice mi trabajo”. Los dibujantes que participaron en ese proyecto han vivido un auténtico infierno. Necesitan escolta, han tenido que cambiar de casa y en cualquier momento un desequilibrado puede acabar con sus vidas. Son unos verdaderos héroes a quienes rindo tributo. Si en los años cuarenta el gran dibujante inglés David Low ilustraba la fortaleza moral de Europa con la imagen que acompaña este artículo, podemos imaginar ahora a cualquiera de esos dibujantes sustituyendo a Churchill, presto a enfrentarse a la barbarie. Porque todos los demócratas europeos le siguen, arremangándose para lo que venga. Sin excusas.