Diábolo. Madrid, 2022
184 páginas, 24,95 euros
NOS VEMOS EN ANGULEMA
Bastien Vivès ya ha demostrado en repetidas ocasiones que es uno de los grandes, un talento a tener en cuenta. Se permite divertimentos ocasionales, piezas más ligeras que alterna con auténticas obras maestras.
Cuento este último trabajo entre lo mejor que le he leído. Fascina su aparente facilidad, la ligereza con que se suceden los hechos, lo emotivo de la trama. Obviamente tiene muchos elementos que atraerán a la gente del mundillo. El protagonista es un dibujante que asiste a la feria de Angulema, uno de esos lugares que los aficionados conocemos bien y donde hemos pasado horas felices. Identificamos las geografías que aparecen el tebeo, el Hotel Mercure, la estación, las carpas... También a los personajes, esos freaks que tienen un guión en marcha, los editores, los coleccionistas de arte, las gestoras... Arquetipos que Vivès construye con insultante facilidad. Esa visión desde el interior, ese entramado de relaciones y de sentimientos que se produce en todo salón del cómic, esa mezcla de creatividad y comercio, de exaltación y depresión, de grandezas y miserias, está perfectamente descrita y por sí sola ya justificaría la adquisición de este libro. Pero es solo el telón de fondo, el marco de una fenomenal historia de amor.
Vivès se sujeta a las dos reglas de un romance que se desea dramático: es ilegal y tan breve como intenso. Hay un tercer elemento, muy importante. Algo que el autor maneja con destreza: la anticipación del lector. En sus guiones siempre hay algo a punto de pasar. O que, aparentemente, está a punto de pasar. A veces ocurre, otras no y eso mantiene en vilo al lector. En este caso él abre muchos de esos caminos indirectos. El protagonista se encuentra con un aficionado que tiene una mujer bellísima. Hay un momento en que parece que la usa como gancho para acceder al artista al que adora. En otros pasajes Vivès juega a desmontar una relación que podría estar solo en nuestra cabeza. Quizás no pase nada, esa es la sensación.
No voy a desvelarles qué ocurre al final, pero sí que es tan emotivo como satisfactorio. Los dos protas están casados y asistimos a un breve encuentro, contado con naturalidad y rigor. Un hombre, frustrado por los sinsabores de una profesión que lo tiene un poco quemado, vive un fugaz momento romántico, un enamoramiento, una fascinación por una mujer casada a la que apenas conoce. Vivès es muy consciente del poder de la belleza, en la vida real y en los cómics. Desde la primera viñeta en que aparece el capricho del dibujante, sabemos que algo importante va a pasar. Y no nos decepciona. Todo es elegante y encantador, sensible y creíble. En alguna ocasión el autor ha bromeado con las pavas que se ha ligado con algunos de sus tebeos anteriores, como “El gusto del cloro”, haciendo ver que su supuesta sensibilidad era una pose para seducir a sus lectoras. No sé si se parece a esa caricatura o al protagonista de su nueva historia, un tipo de mediana edad, introvertido y más bien triste. Pero de alguna manera consigue siempre alcanzar terrenos donde podemos reconocernos.
Y eso no está al alcance de cualquiera.