464 páginas, 24 euros
¡¡JUVENTUD EN PELIGRO!!
A la ya muy abultada bibliografía sobre el fin de la editorial EC y la creación del Comics Code se suma ahora un nuevo libro, que engloba y mejora todo lo que hayan leído con anterioridad: La plaga de los cómics.
Adelanto que el trabajo de David Hajdu me parece excepcional. He estudiado bien la época que retrata y pensaba que conocía todos los hechos relevantes. Su libro me ha demostrado que no.
Había muchos matices que rescatar para dar la explicación definitiva de un asunto que ha demostrado ser central en la historia del comic.
Hablo de la atención de la sociedad americana hacia los tebeos, que termina en varias vistas con senadores, en la creación de una norma de autocontrol y en la desaparición de decenas de editoriales y autores, que fueron literalmente expulsados del medio. El público se puso en contra de los comics, los quiosqueros se negaban a venderlos y los distribuidores los devolvían sin abrir.
Toda esa histeria es fácil de comprender si la trasladamos a la actualidad. Pese a los constantes discursos anti-censura y pro-libertad de expresión, siempre los descubrimos sesgados en una dirección. Se permite que aquel se exprese contra la monarquía y al tiempo se aboga por silenciar al machista, al homófobo o al defensor de la tauromaquia. Porque eso es lo correcto. En los años cuarenta y cincuenta muchos pensaron que también hacían lo correcto vinculando delincuencia juvenil y tebeos. Como hoy se relacionan las “50 sombras de Grey” con la falocracia o GTA con pautas de comportamiento inaceptables. Lo políticamente correcto no nació ayer, ni la mojigatería ni el puritanismo.
Hajdu desciende al detalle y describe al niño convencido de que quemar tebeos en el patio del colegio era lo correcto, al dibujante que provocaba el escándalo entre sus familiares y amigos si desvelaba a qué se dedicaba, la madre preocupada por las lecturas de sus hijas, etc.
Por supuesto enumera todos los procesos anteriores, que desembocan en las vistas más conocidas, aquellas sesiones en las que declaró Gaines, el editor de EC, hasta las cejas de dexedrina. Pero es que antes habían investigado a los comunistas o al crimen organizado.
Es muy llamativa la descripción de la intervención de Costello, el mafioso. Como no permitió que se mostrara su cara, el realizador de televisión encuadró sus manos, que delataban todo lo que no decía de palabra. También es muy simpática la anécdota que va conectada con esa declaración. Como el interrogatorio a Gaines vino después del de Costello, algunos relacionaron ambos. De manera que cuando el editor fue a comer a su restaurante italiano favorito se encontró con una suculenta comida a la que le invitaron ¡Porque suponían que estaba vinculado a la mafia!
El libro es poco complaciente con los editores. Describe muy bien su falta de escrúpulos y sus ambiciones. Con tal de ganar dinero estaban dispuestos a lo que fuera. Así que las mayores atrocidades se pasearon por los tebeos de crímenes de los cincuenta. Al mismo tiempo, su carácter de subproducto cultural permitió que autores marginados y mal pagados se expresaran con total libertad, produciendo obras únicas, salvajes e innovadoras. Una libertad que la nueva censura vino a interrumpir durante años.
Para los aficionados el libro supone un auténtico festín, plagado de historias protagonizadas por los más grandes: Severin, Kubert, Wood, Eisner, Cole y todos los demás. Lo que este trabajo realmente imprescindible demuestra es que esa censura no fue una operación dirigida desde el gobierno sino una iniciativa a cargo de muchos individuos. Padres, psicólogos (algunos), educadores y otros, sinceramente preocupados por una juventud a la que veían descarriada. Los tebeos fueron su chivo expiatorio, al que luego sucederían otros, hasta la actualidad. Cuando alguien le aconseje “mejor no hablar de eso”, calcule cuánta libertad se ha dejado arrebatar ya.
Por cierto: ¡gran portada de Ata!