144 páginas, 15,95 euros.
¡TODOS A UNA!
Ennis ha vuelto a conseguirlo. Tras la sentida pérdida de Dillon, regresa del brazo de su actual dibujante estrella, Goran Parlov, un genio narrativo de dibujo sintético y expresivo. Juntos firman uno de los grandes tebeos del año. Otra vez.
Si está usted harto de novelas gráficas, lloriqueos adolescentes y otras chorradas pretendidamente modernas, vuelva siempre a Ennis, es un valor seguro. Obviamente es humano y a veces se equivoca.
Le fascinan los temas bélicos y es en ese género donde lo hemos visto patinar más estrepitosamente. Pero él insiste y al final acierta. Su último comic sobre Vietnam contiene momentos realmente memorables. ¿Es redondo? Creo que no. La batalla final es confusa y la antagonista, esa norvietnamita obsesionada con el héroe, resulta un tanto forzada, apenas una excusa que nos permite asomarnos al “otro lado”. Pero cuando el guión se centra en el núcleo de la historia, ese pelotón que da título a la obra, alcanza cimas gloriosas.
Se nos cuenta cómo Frank Castle, que luego se convertirá en El Castigador, se hace cargo de su primera unidad. Aunque es un comic de guerra y Ennis se asegura de ofrecer una visión equilibrada de ambos bandos y una adecuada dosis de acción y escaramuzas guerreras, el guión no pierde el foco sobre los soldados, las razones que convierten a unos muchachos desesperados en un verdadero grupo que se esfuerza por sobrevivir. Cómo se crean los lazos que unen a unos desconocidos y los entrelazan para siempre. Y, por supuesto, el papel que desempeña alguien que por azar está al mando y se ocupa de lo único importante: esquivar una muerte casi segura.
Hay muchos matices por el camino. Si en el lado de los norvietnamitas a través de la guerrillera se nos citan las matanzas de campesinos, también tenemos la confesión del coronel Letrong Giap, veterano luchador que ya se enfrentó a franceses y japoneses, antes de lidiar con los americanos y que admite, comentando lo de My Lay, que “yo he ordenado cosas peores”. Las relaciones entre él, la guerrillera y el subordinado son perfectas y preparan con sutileza el drama que se desata al final.
Hay dos secuencias que destacan sobre el resto y que constituyen toda una lección de perfecta escritura y narrativa visual. Porque por muy sugerente que sea el texto de Ennis necesitaba a alguien capaz de dibujarlo sin subrayados y ahí está Parlov cumpliendo ese papel a la perfección. La primera es la del bombardeo. Como quien no quiere la cosa, el teniente segundo Castle acompaña a sus hombres en una primera patrulla.
De manera casual habla con uno de ellos sobre los peligros que les acechan. Se informa de que apenas les prestan atención y de que nunca reciben el apoyo necesario. Así que cuando les toca inspeccionar una aldea, lo primero que hace es pedir un ataque aéreo. Varios francotiradores mueren y Castle empieza a ganarse la confianza de sus reclutas. El proceso es similar al que describía Eastwood en su incomprendida El sargento de hierro, la mejor película de profes que se ha filmado jamás. Pero allí se hacía hincapié en el aprendizaje de los soldados. Aquí es más bien el teniente el que está dispuesto a escuchar y aprender. Coinciden en esa progresiva relación que se construye entre el teniente y su grupo y que aquí se afianza en las batallas. Eastwood encarnaba a un tipo deslenguado y sentimental y en cambio el Castle que describe Ennis es el clásico héroe parco en palabras, que lidia en silencio con sus demonios aunque también encuentra momentos para la nostalgia.
Ennis nunca duda a la hora de mostrar la crueldad de toda guerra y aquí no hace una excepción. Pero Castle sigue decidido a proteger a sus hombres lo que le lleva al siguiente episodio memorable. Llueve mucho y las armas que tienen no les sirven, se encasquillan y eso los deja en desventaja. Así que deciden conseguir del modelo anterior, más básico pero más fiable. Utilizando la corrupción del ejército a su favor, intercambian los fusiles de los enemigos muertos por las viejas armas, más potentes que las actuales. Por el camino se hace una cita a la heroína que corre entre los reclutas y Ennis nos muestra cómo la ventaja que terminan consiguiendo tiene como consecuencia la muerte de un enemigo, casi adolescente.
Por supuesto toda la parte en la retaguardia es espectacular, con esa maravillosa splash del “polvo númelo uno”. Pero lo mejor es esa apenas esbozada amistad entre el teniente y sus hombres, que se filtra en diálogos breves y confesiones mínimas. Al final ya no se trata de éste o de aquel sino de la fuerza que se obtiene como grupo y que aumenta las opciones de supervivencia. No se pierdan el prólogo de Ennis, que también es excelente.