EN LA MESESTA DE LENG
Los seguidores de Lovecraft reconocerán en seguida la frase con la que se inicia una de sus novelas con Randolph Carter como protagonista: “Tres veces soñé con la maravillosa ciudad…”. Ahora nos llega su adaptación al comic.
Culbard lo intenta, no es su primera vez con el escritor de Providence. Lo que nos ofrece es un producto pulcro, estructuralmente correcto, con un dibujo minimalista y muy estilizado, una narrativa fluida y un color muy agradable. Si no han leído el relato original esta podría ser una buena manera de hacerse una idea de su contenido.
La traslación es bastante literal, aunque Culbard introduce algunas variantes que resultan lógicas. Por ejemplo, la visualización del malo, ese “caos reptante” al que en el original se cita casi en susurros. El dibujante se ve obligado a concederle más papel para que los lectores puedan visualizar esa amenaza. Si esto resta cierto misterio que Lovecraft dosificaba muy bien, más discutible parece la segunda desviación.
Hay una subtrama en la historia, que se refiere al papel de los recuerdos infantiles en la vida. Kadath mezcla varios géneros muy reconocibles: el policiaco, con el protagonista buscando pistas que le lleven a esa intrigante ciudad; el de aventuras, con hechos que se suceden a un ritmo trepidante con un frenético cambio de localizaciones que no se detiene en ningún momento; y finalmente el terror, a la inconfundible manera de Lovecraft, con sus bestias innombrables y sus escurridizos bichos de texturas oleaginosas. A pesar de todo ello también incluye una reflexión sobre nuestra relación con los sueños y la transitoriedad de la existencia. Pues bien, ya en el original el escritor se permite un subrayado en relación con ese asunto, como es la conversación con el rey Kuranes.
Conversación que adelanta y en cierta medida pisa la gran revelación final. Culbard decide no solo no ocultar o mitigar esa parte sino reforzarla, dándole más protagonismo y usándola como introducción para Pickman, otro de los personajes. Está bien en lo que respecta al pintor transformado en alimaña. Pero no tanto cuando se trata de enfatizar unos contenidos que deberían transmitirse de forma más sutil.
En cuanto a la puesta en escena, funciona en algunos escenarios como las canteras gigantes. Pero en general los fondos no son muy imaginativos y más bien buscan evitar el detalle adoptando un tono impresionista que niega la precisión científica del texto de partida. Lovecraft era grande con los adjetivos, escalpelos con los que diseccionaba sus pesadillas transmitiéndolas con frialdad y “objetividad” al lector. Culbard no nos lleva a los páramos y cavernas que encontramos en el original. Falta detalle, contraste, texturas y masas negras, falta carne y sangre. Y sustituye los pasajes de acción, aquellos en los que la lucha es física, las persecuciones, las amenazas, por secuencias en las que prima la palabra, tipos que rajan. En un relato de estas características eso es letal. Es cierto que el texto de Lovecraft contiene todas esas peroratas, esas alusiones poco veladas a Dioses del Sueño y Dioses Otros, pero se incluyen en un contexto sobrecogedor que las acoge dándoles sentido. En resumen, esta es una adaptación bonita de Lovecraft. Que es justo lo que NO debería ser.