ECC Ediciones. Barcelona, 2016.
128 páginas, 14,95 euros.
AMIGOS IMAGINARIOS
Paul Dini se dio a conocer como el Robin que acompañaba al talentoso Bruce Timm. Tanto en las series de dibujos animados de Batman como en su posterior salto al cómic.
La combinación de sus guiones con el enfoque fresco y rotundo que aportaba Timm nos brindó algunas pequeñas obras maestras, como el muy reeditado Amor Loco, donde introducían a la psiquiatra chiflada Harley Quinn, la novia del Joker. Dini ha continuado escribiendo historias para otros artistas y ahora presenta un trabajo sorprendentemente personal, ilustrado por el argentino Eduardo Risso. Aunque en la contraportada Mark Hamill, nuestro añorado Luke Skywalker, intenta convencernos de lo maravilloso que es este cómic, calificándolo de profundo y conmovedor, lo cierto es que estamos ante un guión fallido. Aunque eso no supone que carezca totalmente de interés.
Primero, llama la atención como el escritor desvela algunas de sus intimidades, incluyendo la torpeza con el otro sexo y el trauma que genera esta novela gráfica, un robo con agresión que le dejó profundas huellas físicas y psíquicas. Todo el cómic gira en torno a la idea de que los personajes de ficción pueden ayudarnos a superar determinadas penalidades, algo que nos recuerda la clásica teoría del “Fort-Da” freudiano.
A base de jugar con nuestros miedos estos se vuelven más tolerables. Comparto el concepto pero aquí no funciona. Todo el proceso de recuperación se alarga de forma extenuante y el protagonista (el propio Dini) habla en exceso con sus comparsas fantasmagóricos, que además son legión. Entiendo la necesidad del guionista de pasar por una catarsis para recuperarse de sus dolencias, pero la forma en que lo cuenta es demasiado prolija y aburrida.
Curiosamente, la obra fluye mucho mejor en su primer acto, justo hasta el asalto. El relato de su infancia, su doble vida entre la cruda realidad y las fantasías escapistas, cuando finalmente consigue un trabajo en el campo de los dibujos animados, todo eso está contado con garra y sin sentimentalismos.
La misma distancia se emplea en las escenas con la aspirante a actriz, una maciza con la que Dini fantasea pero que sólo se le acerca por interés. Esos momentos en que se representa a sí mismo como un auténtico pringado realmente demuestran su talla como guionista. Pero luego es como que le puede la autoconmiseración, como si escribiera el comic para explicarse cosas a sí mismo. Se pierde, empieza a divagar y, pasada la secuencia del ataque y las reacciones iniciales, todo hace aguas y se hunde lentamente y sin remedio.
Respecto a Risso, hace lo que puede pero también ha tenido días mejores. Él es grande en su clave de alto contraste, cuando emplea su línea desnuda. Aquí combina su estilo habitual con otros registros donde por un lado modula más a los personajes, con grises, y por el otro los mezcla con las fantasías animadas del héroe. Como el texto, salta de una especie de comedia al drama psicológico, no siempre con buenos resultados. En fin, un intento tan irregular como fallido pero llamativo por las cicatrices emocionales que su trama desvela.