216 páginas, 42 euros.
VERNE EN EL SIGLO XXI
El gran problema con los integrales es que si se comete un error el precio a pagar es muy alto. En realidad, 42 euros por cuatro álbumes correctamente editados es una cantidad muy razonable. Pero no lo parece tanto si el relleno carece de interés.
No es el caso. Delitte no defrauda. Su rotunda carcasa “steampunk” asegura un entretenimiento sostenido a lo largo de las más de doscientas páginas que componen el volumen. Ciertos rasgos de su dibujo pueden recordar a Hermann o a Francq, con algo del trazo nervioso y sucio de Pope, por ejemplo.
Pero es un artista sólido, con mucha habilidad para imaginar máquinas y escenarios y solvente con los personajes. Especialmente impresionantes son sus planos generales, vistas marinas o descripciones de arquitecturas y paisajes. Todo ello acompañado por un color que transmite bien las sensaciones de esos variados territorios que transitan los protagonistas. En las cuatro aventuras que se incluyen en el Integral da un repaso o actualiza algunos de los mundos que asociamos con Verne. Parte de un entorno realista, un siglo XIX industrioso y abierto a las novedades, y lo sazona con un trepidante conjunto de submarinos, máquinas voladoras y civilizaciones perdidas, representado todo ello con rigor y verosimilitud.
El asunto es un poco menos convincente en el terreno de los protagonistas. Hay un polvo gratuito en las primeras páginas que hace temer lo peor, una de esas actualizaciones cargadas de multiculturalidad, feministas y Nemos indús. Pero afortunadamente el autor no entra en los delirios de Alan Moore, cuya corrección política puede alcanzar extremos grotescos. Delitte se olvida de esas veleidades y se entrega a unas correrías que llaman la atención por su sabor tradicional.
Hay un inevitable aroma a Cothias o Dufaux en el talante general del relato, esa crueldad que caracteriza a muchos de los modernos narradores, con una gran capacidad para describir el mal y sin imaginación para el bien. Así que no faltan las escenas de matanzas y las bromas con las desdichas bélicas y los caníbales.
Pero al mismo tiempo el grupo que compone la tripulación del Neptuno está muy bien descrito. Una pandilla de tíos, con el típico personaje desagradable dando siempre la lata, que consigue sobrevivir mientras los amables fallecen. Un clásico del que hacía tiempo que nadie parecía acordarse. El autor lanza a este grupo de improvisados compañeros de viaje de un lugar al otro del globo y el resultado es una odisea ligera y espléndidamente dibujada. Maneja muy bien las interacciones entre machotes de personalidades diversas y contradictorias.
Neptuno no es una obra maestra, ni mucho menos. Es un trabajo realizado con mimo y atención al detalle y que consigue ser entretenido. Su gran debilidad radica en los protagonistas, que apenas desbordan su condición de arquetipos. Pero los marcos por los que se desplazan son convincentes y sus andanzas interesantes. Si ya se han leído Trent o las obras completas de Mitton, de quien recientemente se editaba el fantástico final de su Atila, pueden darle una oportunidad a este Integral.