116 páginas, 20 euros.
UNA URRACA Y UNA BOMBILLA
Historietas protagonizadas por una urraca que sirve como metáfora de la creación, la inspiración.
Esta es la idea de la que partió Max, que dio origen a una serie para un periódico nacional. También apareció en otros medios y ahora se nos presenta agrupada en un atractivo tomo.
Los creadores que cargan con una trayectoria tan prolongada como empieza a ser la de Max, suelen enfrentarse a un horroroso reproche: “lo de antes me gustaba más”. En su caso, la sombra de su personaje Peter Punk lo persiguió durante años. Pero el autor expresó claramente su voluntad de reinventarse y, saltando del campo de la ilustración al comic y viceversa, ha ido firmando diversas obras en las que algunos aspectos de su grafismo se mantenían perfectamente reconocibles (aunque también su dibujo evolucionaba), pero los argumentos y los protagonistas venían y se iban.
Conocimos sueños prolongados, las ensoñaciones de Bardín y el ensimismamiento de Vapor, donde por cierto ya salía la urraca en un sentido homenaje a Velázquez. Yo no he aplaudido todas las iniciativas de Max pero sí admiro la serenidad y determinación con que desarrolla su carrera. Decidido a practicar un comic más sofisticado, más profundo sin por ello abandonar la calidad del dibujo ni perder de vista lo popular, él sigue con sus pruebas, caracterizadas por un grafismo amable y concentrado en disquisiciones filosóficas, a veces divertidas, otras agrias y siempre personales.
Diría que esta su última entrega tiene una virtud, como es la brevedad. Obligado como estaba por las limitaciones de los formatos donde se publicaron estas entregas, las historias apenas superan las dos planchas. Son en muchos casos gags, ideas felices o recursos para salir del paso. Como el protagonista es una suerte de “muso” eso le da pie para constantes reflexiones sobre el acto mismo de la creación, sobre las ideas y su actualización, sobre los géneros y los temas. Y eso aporta un feliz extra al conjunto, casi vemos el cerebro del autor en acción, empleando todos los recursos posibles para dar con algún nuevo episodio. Hasta usa el viejo truco de los diversos estilos de dibujo, que completan las dos páginas y ya está. Claro que había que hacerlo con su estilo para que funcionara de verdad.
A estas alturas poco puedo añadir sobre el dibujo de Max. Es tan despojado como encantador y vital. Viene acompañado por sus colores más familiares, como esos azules apagados, sus grises y sus rojos anaranjados. Aunque creo que ha ganado algo de luminosidad respecto a anteriores entregas, o eso me parece. La estructura de página es muy variada y apenas se permite dos episodios con la misma base de viñetas, lo que resulta muy entretenido para el lector. Obviamente, en un compendio como este siempre hay episodios mejores y peores. Pero Max se asegura de introducir una buena dosis de poesía y sorpresa en su trabajo y muchas planchas son dignas de mención. No la primera, esa noche 1001 reproducida a un formato ilegible para topos como yo. Y encima con unos enormes márgenes que parecen decir “no lo ponemos más grande por fastidiar”.
En fin, el episodio de la bombilla es encantador. Los dos. Y el de las estrellas. Aquellos en que sale el sobrino también funcionan. El de la urraca mirando al mar es espectacular. Siento debilidad por el de la sombra y el fantasma. Y, por supuesto, el de las nubes. Hay para entretenerse un buen rato y sin duda es de lo mejor que ha publicado Max en años. En mi opinión.