El Festival de Angoulème alcanzaba este año su edición nº 42, que rindió un merecido homenaje a los dibujantes de la revista Charlie Hebdo asesinados pocas semanas antes.
Acudir a la pequeña villa francesa siempre es una experiencia excitante y abrumadora. Impacta comprobar la sorprendente cantidad de material que se edita en el país vecino. Frente al cada vez más menguado mercado local, muy dependiente de las importaciones y traducciones, maravilla la vitalidad de las casas editoras francesas.
Por cierto, si hace años apenas nos sonaban sus productos, últimamente han sido tantos los que han cruzado la frontera, que casi todo en las estanterías resultaba familiar. Hice el viaje acompañando a varios alumnos, que contaban con una ayuda del gobierno balear. Es muy de agradecer que se apoyen este tipo de actividades, plantando las semillas para futuros desarrollos profesionales. Lógicamente los muchachos alucinaron ante la inmensidad y variedad de las propuestas gráficas que allí se exhibían. Entre los autores se hablaba de una crisis que parece eterna y alguna editorial se negó a asistir porque desplazarse desde París es incómodo y caro. Pero luego regresarán al año siguiente.
Volví a encontrarme con Daniel Torres, que publicaba en Francia tras unos cuantos años de ausencia su novela gráfica Burbujas, aparecida por aquí en 2008. Aunque sigue trabajando para el mercado americano, comentaba que las cosas “ya no son como eran”. También me tropecé con Mitton, el vigoroso dibujante de tebeos históricos, cuyo trabajo siempre me había recordado al de Buscema. Según parece, otros compartían esta misma opinión. En los setenta Stan Lee intentó ficharlo para la Marvel pero el bohemio autor prefirió quedarse en casa, donde comía y (sobre todo) bebía mejor. Un tipo encantador.
Angoulème es ante todo una gran feria donde importan y mucho los aspectos comerciales. Los autores buscan trabajo o intentan vender los derechos de sus obras a otros países. Las editoriales montan gigantescos stands donde exhiben sus músculos, presumiendo de sus fondos y anunciando las novedades. Al contrario que otros festivales donde las actividades se concentran en un paquidérmico espacio, aquí prima la dispersión. Para verlo todo se debe recorrer la ciudad, pasear por sus calles descubriendo pequeñas exposiciones o admirando los escaparates, cargados de alusiones al comic. Se venden tebeos, nuevos y viejos, pero también merchandising de lo más variado. En Francia y Bélgica no se ha perdido la costumbre de imprimir láminas de los autores más populares y hay piezas realmente hermosas. Por supuesto, también venden originales: planchas de Contrato con Dios de Eisner, de historietas para Warren de Corben, de las pesadillas de McCay, muchos Fabrys realmente baratos al lado de páginas de The Walking Dead demasiado caras.
Las exposiciones merecen un comentario más detallado. Es casi imposible recorrerlas todas, aunque obviamente no todas tienen el mismo interés. Pero este año fue especialmente afortunado en cuanto a la selección de muestras. Por cierto, puedo citar el presupuesto de una de ellas: 100.000 euros. Comparen y lloren.
Foto de comixtrip.fr |
Para marcar el nivel la exposición se abría con una pared donde se mostraban las influencias de Watterson: originales de Raymond, Herriman, Steadman o Kelly, entre otros. Luego había tiras con los mejores momentos de la saga, un excelente documental y un conjunto de objetos con los que trabajaba el autor, acompañados de comentarios como “si ahora suponen que detallaré qué tipo de plumilla uso les diré que cualquiera que entre en el mango” o “esta es una asombrosa herramienta que los rotulistas emplean para escribir las letras de los bocadillos y que yo he usado cero veces”. En el mismo edificio otra muestra se dedicaba al arte del guionista Fabien Nury. Mi entusiasmo por este autor se ha enfriado bastante tras leer en uno de los paneles donde se citaban sus influencias (entiendo que enumeradas por él mismo), su selección de westerns favoritos. ¡Que no incluían ninguno de Ford ni de Hawks! No olvidaré fácilmente tamaña afrenta.
El manga estaba perfectamente representado por una increíble exposición dedicada a Taniguchi, el más europeo de los dibujantes nipones. Este año el gran premio del Festival se lo llevó un compatriota suyo: Otomo, creador de esa pesadez llamada Akira. En la muestra de Taniguchi sobresalía la selección de acuarelas para su libro sobre Venecia editado por Vuitton. Un trabajo delicado, que va mucho más allá de la reproducción mimética de las fotos que le sirven de base. En el contexto del relato, el color y el detalle con que están realizadas encuentran su sentido y consiguen emocionarnos.
Cruzando el río se llegaba al nuevo Museo del cómic, que ofrecía varias posibilidades a sus visitantes. Destaco la expo dedicada a Los Mumin, la obra maestra de la bohemia creadora Tove Tansson, que Coco Books publicó por aquí el año pasado. Una joyita, tan ingeniosa como original y que no deberían perderse. Contaba con una ambientación a la altura de los juguetones mundos de esta peculiar artista. Al lado, tras pasar varios controles policiales, aguardaba la monumental expo Charlie.
No puede olvidarse la exposición de Kirby, que nos acercaba a los poderosos universos imaginados por el dibujante de Los Cuatro Fantásticos, Thor, El Cuarto Mundo o Los Eternos, que hace poco se reeditaban en un espectacular tomo en España. O la divertida y sorprendente muestra dedicada a Kinky y Cosy y tantas otras.
CHARLIE. AÑO UNO.
En Angoulème abundaban los rótulos con la leyenda Je suis Charlie y en los quioscos muchas revistas lo incluían en sus portadas. Se vendían recopilatorios de los colaboradores de Charlie y el famoso ejemplar publicado después del atentado. El Museo improvisó una muestra que repasaba la historia de la revista, a partir de los abundantes fondos del centro, que impresionaba por su calidad y volumen.
En el principio estuvo Hara-Kiri, fundada en 1960 y con una estética similar a la de Hermano Lobo. Entre sus colaboradores destacan Cavanna, Topor (conocido por su ilustración con el puño golpeando la cara de Nixon), Reiser (uno de los más publicados en España) o Willem, que declaró que muchos de los que habían acudido a los funerales de sus compañeros le daban ganas de vomitar. La revista fue censurada tras burlarse de la muerte de De Gaulle pero volvió a salir con un nombre que homenajeaba al general. Aguantó hasta 1981, renaciendo en 1992 de la mano de Cabu, Val y Gébé.
Sorprende la osadía de algunas de sus portadas y chistes en los sesenta, imitadas aquí más tarde en publicaciones similares como El Papus. La incorrección política es la norma, como nos recuerda el anuncio de Perrier, “lo mejor después de una violación”. En los setenta la revista se estiliza y modificó su aspecto decantándose por unas portadas pop de colores brillantes. Con ese formato saltó a Italia como Linus y aquí llegó como El Globo, que muchos aficionados recordarán. Más adelante vuelven las bromas salvajes, sobre todo las dedicadas al Papa y sus cardenales, a quienes se llega a representar haciendo el “trenecito”. Cuando se habla de ofensas al Islam convendría recordar que los chistes dedicados a Mahoma son casi monjiles al lado de los que la publicación lanzó contra el catolicismo, sin consecuencias hasta el momento.
Próximamente comentaré el libro-homenaje La BD est Charlie que se ha lanzado para apoyar a las familias de las víctimas de los atentados de París.