Santiago de Compostela, 2013.
72 páginas, 18 euros.
REGRESO A LA INFANCIA
A pesar de que las condiciones de trabajo en nuestro mercado editorial son penosas, los jóvenes autores lo siguen intentando, con obras que buscan la complicidad de nuevos lectores.
Así debe entenderse la propuesta de Gemma Sesar y sus compañeros, una historieta que aborda un asunto casi inédito en el cómic español como es la maternidad. Tanto su tema como la forma de tratarlo parecen dirigirse a un sector muy concreto de la población, padres jóvenes como los protagonistas del relato que, en una situación de dificultades económicas, intentan sacar a sus hijos adelante. El producto está bien fabricado, el dibujo es agradable y el color supone un buen acompañamiento. El guión despliega sus bazas con claridad desde la primera viñeta, este no es un tebeo de aventuras ni de grandes pasiones. Se narran sucesos cotidianos, casi triviales: un catarro, una fiesta de cumpleaños, vestirse para ir al cole… Con elementos tan sencillos hemos visto cómo se construían historias maravillosas. Baste recordar algunos episodios de Giménez, de Eisner o (en otro registro) de Crumb. Verdaderos talentos que son capaces de trascender los hechos familiares hasta convertirlos en extraordinarios. Bien a través del humor o de una visión del mundo que nos conmueve y nos implica en lo narrado. Aquí nada de eso se consigue. Aunque este no es un trabajo lamentable, no compraré esa continuación que se anuncia. Básicamente porque el tono del relato me resulta profundamente repelente. No tengo nada contra los niños. Soy padre de dos de corta edad y estoy encantado con la experiencia. Pero hay varios lugares comunes que me estomagan.
Como el casting de chachas con que se inicia el volumen. El lloriqueo constante sobre la crisis y las angustias laborales de la pareja protagonista pierden mucha credibilidad cuando el arranque describe a todas las asistentas del hogar que han despedido por ineficaces. No digo que tengamos que quedarnos en aquellos héroes de Giménez que se construían una chabola en una noche. Pero tampoco esperen que me preocupe por las “estrecheces” de una pareja de pijos cuyo trabajo ha menguado. Luego hay unas cuantas perlas más. Por ejemplo, la gente normal compra en el súper, en fruterías o colmados de barrio. Aquí la prota se va, por supuesto, a una “tienda ecológica” donde su niño merienda ¡una zanahoria! De antología son sus comentarios sobre las fiestas de cumpleaños. O sus quejas sobre cómo pierde su identidad y pasa a ser la “mama de”. Eso parece preocuparle mucho pero sin embargo no introduce ni media reflexión sobre el papel del padre, casi un fantasma a lo largo de la historia, cuya función parece ser la de quitarse de en medio y no estorbar. Otro momento glorioso es cuando no permiten al niño ir disfrazado de cazador porque “tiene que llevar armas”. Ser padre o madre puede resultar estresante y agotador, pero echo en falta alguna alusión a las alegrías de la paternidad, que también existen, aunque no aquí. Las descripciones de la pediatra y la maestra desbordan lo empalagoso para adueñarse de una nueva dimensión de almíbar, prácticamente insoportable.
El repertorio completo de una burguesía bien educada y políticamente correcta que se siente superior al resto de los mortales y que al final están atrapados en las mismas convenciones sociales que sin duda critican en sus padres y abuelos. Un aburrimiento, vaya. No seré yo quien le diga a nadie cómo educar a sus hijos. Pero por esa misma razón tampoco tolero que me sermoneen. Este tebeo acaba siendo muy monjil.