viernes, 21 de diciembre de 2012

PUDRIDERO de J. RYAN

Pudridero de Johnny Ryan. Edita Entrecomics y Fulgencio Pimentel
Entrecomics y Fulgencio Pimentel, 2012.
240 páginas, 20 euros

EL FIN DE LOS TIEMPOS

El apocalipsis siempre ha gozado de buena salud en los tebeos. Antes era la bomba y ahora los zombis pero las especulaciones sobre el fin del mundo no cesan.


Los japoneses, los únicos realmente golpeados por el azote atómico, han reflejado ese trauma de diversas maneras en sus mangas. Con voluntad documental en Hiroshima de Keiji Nakazawa y de forma más terrorífica y alargada en Dragon Head de Minetaro Mochizuki. Raymond Briggs, en Inglaterra, nos contó el declive post-atómico en la pesada Cuando el viento sopla, donde de nuevo se demostraba que el infierno está empedrado de buenas intenciones.

Los aires pacifistas de algunas de esas propuestas se transformaban en agoreras profecías ecológicas en los derivados de dos célebres películas. La adelantada y fantástica Soylent Green de Fleischer y, por supuesto, Mad Max y sus secuelas. Jeremiah de Hermann, que ahora se reedita en tomos integrales, jugaba con escenarios que nos devolvían casi al western.

Son muchos, de Corben a Moebius, quienes han imaginado el mundo después del fin. Las razones son variadas, de las plagas de zombis a las invasiones extraterrestres, pasando por todo tipo de epidemias. El resultado es similar en muchos casos: volvemos a tiempos más primarios en que debemos luchar por nuestra supervivencia. Un punto de partida para reflexionar sobre lo necesario y lo superfluo en nuestra cultura, pero también para que se sucedan trepidantes aventuras.

Lo más apocalíptico que me he tragado últimamente es un comic con una presentación realmente exquisita: tapa dura y papel
Registro Ahuesado de 160 gramos en el interior. Un papel del copón.
Pudridero de Johnny Ryan. Edita Entrecomics y Fulgencio Pimentel
Llegué a esta pieza para sibaritas gracias a un reportaje publicado en una revista femenina. Uno de esos artículos en que se nos muestra moda “urbana”, en este caso a través de los empleados de una librería. Los encargados de las diferentes secciones posaban muy finos con sus mejores vestimentas, cuyas marcas detallaban los pies de foto. La responsable de los comics parecía una chica muy formal, al tiempo que moderna, que recomendaba Pudridero calificándolo de “tebeo imprescindible” o algo por el estilo. Ni había oído hablar de semejante fenómeno, así que corrí a la librería más cercana a adquirirlo. No podía consentir que mis lectores se perdieran algo tan guay.

Tras su lectura, concluyo que en muchas librerías se enfrentan a un fenómeno que no comprenden: los comics se venden bien. FNAC dixit. Pero como los desprecian procuran ofertar los más pedorros y abominables. Que es el caso que nos ocupa. No perderé el tiempo contándoles la historia (¡Qué risa!). Sumen el dibujo más perro que puedan imaginar al guión más descerebrado y obtendrán un trending topic del que sin duda cuatro tarados hablarán mucho en internet pero que no tiene el más mínimo interés para cualquier aficionado real, no virtual. Lo más apestoso es el tufillo nihilista que desprende todo el asunto y cómo sus seguidores se han enganchado enseguida a sus estúpidas claves. “Como ver un vídeo-juego de peleas”, “como un niño que desmiembra sus muñecos” o, mi frase despreciable favorita, “como cuando se produce un accidente y no puedes dejar de mirar”. Esa mamonada, santificada en su momento por Amenabar en su insoportable Tesis, resulta especialmente irritante y nos da la clave del asunto.

El fin de los tiempos es el fin del relato, es el mundo sin tiempo donde ningún cambio es posible, el cosmos biológico en el que nada puede mejorar. Yo creo que la narración es recorrido, viaje y, por tanto, muda, transformación. Cuando lo único que tenemos es un eterno retorno, una vuelta obscena a la violencia sin sentido y a unas acciones tan masturbatorias como repetitivas, es que hemos llegado al infierno. Considerar esta astracanada como algo divertido es ceder ante la falta de conciencia. Es formar parte del círculo primario. Ya saben: hay un tipo muerto en el centro, todos alrededor lo miran y nadie sabe quien lo ha matado. Nadie sabe. Todos ríen.