Barcelona, 2008.
216 páginas. 10 euros
ROCKY EN JAPÓN
El boxeo es sin duda un deporte muy visual, ya que ha inspirado un sólido conjunto de obras maestras, tanto en el cine como en el comic. Recientemente podíamos disfrutar de One dollar million baby, la apabullante película de Clint, una gozada visual y emocional, pero también de Rocky Balboa. Otra pieza en absoluto desdeñable, para quienes sean capaces de apreciar el arte de Stallone sin las orejeras de los prejuicios. Especialmente llamativo el gran diálogo entre el viejo púgil y su hijo, un texto que debería citarse en algunas de nuestras escuelas. Les aseguro que sé de qué estoy hablando.
En cómic contamos con algunos gloriosos precedentes como Big Ben Bolt o el espectacular Superman contra Muhammad Alí. Pero nada podía prepararnos para el acercamiento de Rumiko Takahashi al género. Ya sabíamos que era grande y cualquiera de sus series prueba su innegable talento para el humor, como Maison Ikkoku o Ranma ½. También sabe moverse en el terreno de la aventura fantástica, como demuestra en Inu-Yasha. Salta con aparente facilidad del culebrón interminable al relato corto. Su dibujo es siempre eficaz y muy cómico y expresivo y la considero una de las grandes, no sólo por su popularidad sino sobre todo por la regularidad y calidad de su trabajo.
Como siempre consigue sorprendernos. Primero mezcla elementos de la comedia sentimental que tanto le gusta con los lugares comunes del boxeo. El aspirante se queda prendado de una monja a la que confiesa sus debilidades. Éstas también son peculiares. Es un glotón y lo que peor lleva de la disciplina propia de su deporte es la obligada dieta. Así que su entrenador se pasa los episodios vigilándolo para que no se zampe a escondidas todo lo que se le pone por delante. De antología esa viñeta en que lo pilla escondido bajo la mesa de un restaurante, atacando un suculento plato.
Si ya sabíamos que Rumiko es muy buena en el terreno de las expresiones faciales, con sus particulares ojos desorbitados, sus babas y todas esas invenciones visuales tan comunes en el manga, aquí demuestra su facilidad con las escenas de lucha, unos combates que coreografía con precisión, sin perder el humor. Para troncharse ese episodio en que al protagonista se le promete un filete de carne si gana una determinada pelea. Recibe una buena tunda pero consigue levantarse y golpear a su adversario al grito de “¡Toma bistec de primera!”. Takahashi también se toma su tiempo para explicarnos la disparatada relación entre el púgil y la monja, pero a eso ya nos ha acostumbrado en sus otras series. Sabemos que nos llevará de acá para allá a voluntad y que disfrutaremos todo el trayecto.
Desde su implantación en España, a finales de los ochenta, el manga ha demostrado su vitalidad, con tebeos para todos los géneros, gustos y edades. Si algo ha mantenido a los lectores más jóvenes cerca de las viñetas, sin duda han sido los creadores japoneses. Quizás al principio la atracción se originaba en las series de animación, derivándose luego hacia el papel. Pero con el tiempo han demostrado que pueden producir de todo, desde lo más popular a lo más zafio, de lo mejor a lo peor. Conviene permanecer atentos a sus creaciones porque entre ellas se cuentan algunas de las mejores obras de las últimas décadas.