Madrid, 2008
106 páginas 14 €
EL COMANDANTE AMÉRICA
Llevaba tiempo esperando alguna traducción de Spain Rodríguez. Una de las figuras clave del movimiento underground americano permanecía casi inédita por estos lares. Algunas historietas cortas publicadas en El Víbora y en alguna otra revista alternativa y poco más. Podía deducirse que su grafismo era muy interesante y más limpio de lo habitual en otros compañeros suyos; además, algunos relatos presentaban una peculiar mezcla de erotismo y política que resultaba intrigante. De ahí la decepción ante este su primer álbum en castellano.
Primero, porque el dibujo, aunque mantiene algunas de sus señas de identidad, parece resuelto con precipitación. Figuras extremadamente delgadas, desproporcionadas y sin movimiento, contrastes de luces y sombras (otro de sus puntos fuertes) poco desarrollados, falta de expresividad en general y, para rematar, una infame rotulación en la edición española. Si en lo gráfico resulta mediocre y apresurado, tampoco esperen sorpresas en el apartado argumental.
No es éste el primer tebeo que nos cuenta la vida del líder guerrillero. El mexicano Rius publicó su >ABChé a finales de los setenta, en su línea revolucionaria habitual. Y los argentinos Oesterheld y Breccia, padre e hijo, su expresivo Ernesto Guevara, Ché, que por aquí editó Ikusager en 1987. Esta versión, aunque contaba con unos potentes dibujos y unos textos que en ocasiones alcanzaban una sentida dimensión poética, lo cierto es que narrativamente no despegaba, resultando pesado y confuso.
El relato de Spain es más llevadero, su álbum se puede leer de un tirón y se nos ofrecen no pocos datos sobre la figura del héroe. El problema surge cuando buscamos algún resquicio de humanidad en su pétrea figura. Se ha discutido lo suficiente sobre el Ché como para que Spain no pueda evitarse determinados episodios, como la aventura africana o los fusilamientos de la fortaleza de La Cabaña. Lo que hace con ellos es inscribirlos en la lógica revolucionaria y sostener el mito. Aparece una tímida crítica cuando cita sus comentarios sobre los negros, pero es el único resquicio. En ese sentido, la posición del autor, como la de quienes le precedieron, es la clásica: “Print the legend!”.
Estos acercamientos me recuerdan a un personaje muy conocido, el superhéroe de Marvel llamado Capitán América. Sin duda ha sido uno de los que más burlas han recibido, como teórica representación del espíritu americano. En realidad, como en su momento demostró Gracia de Paz en una afortunada comunicación, el capi es justo lo contrario: un tipo atormentado que siempre duda de las acciones de su propio país. Si en un primer momento representa la confianza de la democracia en la derrota del nacionalsocialismo primero y el comunismo después, con el tiempo su crítica se dirige hacia el interior, cuestionando aquellos comportamientos que alejan a los USA de la utopía democrática.
Los biógrafos del Ché no tienen estos problemas. Se fusila sin juicio en nombre de la revolución, se practica el imperialismo revolucionario en África o en Bolivia con la bendición de los camaradas, o se presenta a Mao como el líder genuino que salvó a las masas del hambre, frente a la corrupta Unión Soviética, a la que no se critica por expansionista, sino por blanda en sus posiciones revolucionarias. En fin, se repite la imagen de un iluminado sanguinario cuyas acciones encuentran una justificación última en la supuesta explotación que padecían los pueblos por los que pasó.
Quizás si hubiera concluido sus estudios de medicina les habría podido ayudar más. Si realmente aman la crítica y buscan la verdad, yo compensaría la lectura del Ché de Spain con algo más cañero como La cara oculta del Ché, de Jacobo Machover, donde se le presenta como un títere en manos de Fidel. Una marioneta que acabó molestándole por inútil en Cuba y de la que intentó deshacerse primero en el Congo y finalmente en Bolivia. Eso y unas cuantas cosas más.