Barcelona, 2017
80 páginas. 19,50 euros.
MONTALBÁN EN VIÑETAS
Debo confesar que jamás me he leído una novela de Vázquez Montalbán, así que cuando se anunció su adaptación al cómic pensé que mi única ventaja era que, al menos, mi mirada no se vería enturbiada por los prejuicios. No diré eso de “la novela era mejor”.
Suma y sigue, no soy un fan de la novela negra. Me da igual quién es el asesino. Una vez lo intenté con una de Agatha Christie y tuve que dejarla a la mitad, perdido entre los incontables personajes. En fin, que mi cerebro se resiste a acompañar a los esforzados sabuesos de una pista a la siguiente.
Tan solo lo consigo a medias cuando el narrador es excepcional, digamos un Ellroy en América o un Polansky en Chinatown. Y aun así, me cuesta. Así que a priori no suelo abalanzarme sobre comics protagonizados por detectives. No niego sus méritos, la razón por la que muchos intelectuales ensalzaron el género: esa capacidad para comportarse como espejo de la sociedad. Mientras el protagonista busca al malo comprobamos la corrupción del tejido social y lo débiles que son las hebras que mantienen el equilibrio entre clases, también que los ricos hacen siempre lo que les viene en gana y que los pobres son quienes pagan el pato de los pecados de otros. Esa idea del reflejo sé que es muy del agrado de una buena parte de la crítica, pero yo no estoy en esa onda. Aplaudo toda denuncia que promueva cambios y mejoras pero el arte es otra cosa, creo.
Tatuaje no peca por ese lado. Al contrario, muestra con precisión todos los vericuetos y las miserias de esa España del 74. Ahí, Bartolomé Seguí no falla y dibuja a la perfección la fauna que puebla el guión de Hernán Migoya (y el original de Montalbán, supongo), así como el complicado conjunto de escenarios, de Barcelona a Holanda. En un tebeo tan oral como este, con personajes intercambiando densos diálogos en todas las páginas, es importante que el dibujante aporte variedad y anime lo que si no serían innumerables secuencias de bustos parlantes. Vemos que se pelea con la planificación y que hasta se esfuerza por dibujar chicas monas, como exige el argumento. Me fastidia un poco la clave baja del color, con tendencia al gris, que adivino es un comentario sobre la época, pero que aporta una innecesaria monotonía a las planchas, ya bastante cargadas de por sí.
Considero que la mecánica de la historia también es correcta, se ajusta a la estructura que hemos visto tantas veces en el cine: aparece un muerto, alguien encarga al protagonista que lo investigue y a partir de ahí vamos pasando de una pista a la siguiente, hasta el inevitable final. De hecho, toda la parte en que se desvela la identidad del asesino y se nos muestra el turbio entorno de la gorda, es bastante eficaz, mantiene el interés del lector. Más cuando se sazona con escenas tan sugerentes como la de la naranja en las escaleras. Tengo la sensación de que el guionista de alguna manera conecta bien con los componentes más sexuales del original.
Llegamos así a la parte indigesta del trabajo, como es el protagonista, ese Carvalho que no se calla ni debajo de la ducha. Si como ya he dicho los personajes hablan mucho a eso debe añadirse un héroe que constantemente puntúa todo lo que sucede con comentarios supuestamente ingeniosos. Digo supuestamente porque a mí no me hacen ninguna gracia, la verdad. Acabo harto de sus citas sobre comida y de su filosofía vital. Paradójicamente lo peor del álbum es lo que al mismo tiempo mejor refleja la época que se pretende retratar.
Hubo muchos cínicos, muchos listillos como este que vivieron muy bien despotricando contra todo y, al mismo tiempo, incapaces de hacer nada positivo. A través de él he recordado a aquellos militantes perpetuamente enfadados con el mundo, que jamás entendieron (ni admitieron) la transición y que hoy se perpetúan atrincherados en sus cátedras universitarias. Viejos comisarios opinando dogmáticamente sobre lo divino y lo humano, comiendo lo mejor posible mientras intentaban cepillarse a las militantes de turno. Supuestamente, para liberarlas de sus “represiones burguesas”, a las pobres. Por favor, en el siguiente volumen ¡que quiten la voz en off!