jueves, 20 de mayo de 2010

KAFKA - D. Z. Mairowitz y R. Crumb

Kafka de Crumb y Mairoovitz, edita La Cupula
La Cúpula, Barcelona, 2010.
178 páginas, 20 euros.


KAFKA-CRUMB



La primera edición en español apareció en 1995 y ya entonces tuve ocasión de expresar mi satisfacción ante este trabajo. Vuelve el año en que Crumb nos ha brindado su impresionante versión del Génesis, con la que ha enmudecido a toda una crítica incapaz de entender su ortodoxo acercamiento. Considero que es ésta una recuperación afortunada y conveniente. La primera edición se englobaba en el marco de la colección “Para principiantes”, una serie que nos deparó muchas sorpresas agradables, pero a la que le faltaba el empaque en la presentación que ahora se nos ofrece, tapa dura y mejor papel incluidos. Dije en su momento que me parecía una obra maestra y lo mantengo, resiste perfectamente la revisión, quince años después.


Por un lado, por sus virtudes artísticas. Me refiero, por supuesto, al vigoroso y expresivo dibujo de Crumb, que aquí brilla a mucha altura, como podemos comprobar página tras página. Pero también al modelo narrativo elegido, esa complicada interacción entre texto e imagen que los autores consiguen aligerar y que funciona con sorprendente perfección. Hay dos factores que destacan. Por un lado la calidad de las imágenes, con un Crumb poderoso que visualiza con naturalidad los mundos de Kafka. Pero es que Mairowitz no se queda atrás. Une a su investigación de la vida y obra del escritor una exposición de los hechos amena y apasionante, describiendo el contexto cultural y político en el que nacen y se desarrollan sus ideas, seleccionando pasajes representativos y dramatizando diferentes momentos vitales. Todo ello configura un ensayo gráfico apasionante.
Kafka de Crumb y Mairovitz, edita La Cupula

Resulta muy satisfactorio contemplar cómo Crumb imagina a Gregor Samsa como una enorme y repugnante cucaracha, aunque luego el texto nos explica que Kafka prohibió expresamente que se visualizara la transformación de su personaje. O su cruel puesta en escena para La colonia penitenciaria, con esa horripilante máquina ejecutora. O la pequeña historieta en que nos muestra el final de El Proceso. Todas estas adaptaciones están muy bien. Pero tan interesantes o más resultan las reflexiones que el texto de Mairowitz dedica, por ejemplo, a la relación entre Kafka y la cultura judía. En su caso se da una paradoja que también encontramos en otros judíos célebres, como Marx o Freud. Cuanto más pretenden alejarse de sus raíces culturales, cuanto más niegan sus orígenes, más judíos resultan.

Cuando en 1978 Isaac Bashevis Singer ganó el Premio Nobel de literatura, una profesora lo describió así: “Está muy bien, pero, como todos los judíos, no puede evitar, si tiene una herida...”. Y entonces hacía un gesto como si estuviera hurgando en una hipotética llaga. Hay un componente de autocrítica muy poderoso en el mundo judío. Componente que puede derivar hacia el autodesprecio o hacia una ironía muy fina que explicaría su peculiar sentido del humor. Lo que hace Mairowitz es relacionar los dos extremos en la obra de Kafka.

Esto es, niega el sentido habitual que atribuimos al término “kafkiano”, por considerar que los aspectos terroríficos, amenazadores, son sólo una parte de su trabajo. Y que siempre vienen compensados o filtrados por un humor muy negro. Para Mairowitz Kafka se resigna a lo peor y lo hace a través del humor. Pero esa resignación no le ahorra lucidez. Por eso se convierte en uno de los grandes cronistas del siglo XX. Porque, permaneciendo aparentemente al margen, nos brinda una imagen de nuestras profundidades, de nuestras miserias, de los infiernos burocráticos que estamos dispuestos a construir. Esa visión desesperanzada que no desesperada irritó gravemente a los magnatarios comunistas, que negaron su grandeza durante años. No se puede soñar con el hombre nuevo si se lee a Kafka. Tampoco agradó a los checos, ya que escribía en aleman. Y se sentía demasiado alejado del mundo judío como para formar parte de él, aunque en ocasiones soñó con emigrar a Palestina.

En fin, Kafka se instaló en un lugar a mitad de camino de ninguna parte en el que, curiosamente, todos nos reconocemos. Su posición universal y humanista lo deja fuera del gran juego, ajeno a los devaneos totalitarios, nacionalistas y socialistas. Por eso ahora, siempre, su lectura resulta tan recomendable como deprimente. Nos permite despertar de cualquier ensoñación ideológica, para enfrentar las verdaderas pesadillas. Supongo que debemos agradecérselo.