188 páginas, 18 euros
MENINAS Y ESPEJOS
Javier Olivares y Santiago García firman una curiosa biografía de Velázquez en la que se mezclan diferentes momentos vitales del artista con las reacciones que provocó en artistas posteriores y unas cuantas cosas más.
Respecto al dibujo, cualquiera que conozca a Olivares sabe ya a qué atenerse. Lleva muchos años entrando y saliendo del mundo del cómic, que alterna con trabajos de ilustración sin duda mejor remunerados. Sus formas se inspiran en el cubismo y otras vanguardias y de ellos toma un trazo veloz y geométrico, que gusta de las cadencias rítmicas y los claroscuros. Oscila entre la ligereza de la animación a lo Hanna-Barbera y la crueldad del expresionismo más alemán. Resumiendo, Olivares es un dibujante cuidadoso y que apenas deja nada al azar, su estilo podrá gustar o no, pero no es despreciable.
En los pasajes más salvajes, por ejemplo en los encuentros de Velázquez con Ribera, donde predominan unas amenazadoras masas negras, se muestra especialmente afortunado. Quizás la gestualidad de los personajes tiende a resultar un tanto fría, distante, pero es lo peor que se me ocurre sobre un trabajo lleno de aciertos. Su dibujo, muy alejado del realismo de Velázquez, consigue un contraste interesante y que de alguna manera conviene al relato.
Si se asume el riesgo de hablar de un pintor barroco desde una terminología visual contemporánea, el guión también se zambulle en zonas peligrosas. Emplea un recurso que al final resulta efectivo, por querer aproximar al pintor a la actualidad. Se acumulan las diferentes visiones que sobre Velázquez mantuvieron artistas tan diversos como Buero Vallejo, Picasso o Dalí. Algunas son más afortunadas que otras y en mi caso toparme con Foucault casi al principio por poco me hace interrumpir la lectura. Repasé mi vieja edición de Las palabras y las cosas y, efectivamente, era tan indigesto como lo recordaba. Afortunadamente el guionista domina su tendencia al esnobismo y el texto acaba resultando muy interesante y, por momentos, apasionante.
En la bibliografía final se cita el clásico tratado de Jonathan Brown y su presencia se nota en la excusa que guía la narración, ese funcionario que repasa la vida del sevillano para certificar si es digno de los honores que reclama. Esa voluntad de prestigio social conecta con una segunda clave, la relación del artista con la pintura, con la profesión de pintor. Este, que es un problema antiguo en las artes visuales, siempre despreciadas en comparación con la literatura, está muy bien explicado aquí. La muy inteligente aproximación a la pintura del maestro que se nos ofrece está muy vinculada a este asunto. Por un lado se nos dice que lo que hace Velázquez no es pintar y por otro se insiste en su reflexión y en su lentitud, en lo medido de sus gestos, en sus disquisiciones sobre el acto de ver, de representar, de la pintura como reflejo o como narración…
En realidad tengo la sensación de que al final los autores caen en la misma trampa de Velázquez. Es tal su voluntad de demostrar que el comic puede ser un medio reflexivo y capaz de abordar los asuntos más sesudos, que quedan presos de sus propias contradicciones y construyen un tebeo muy inteligente pero también un tanto frío, en el que las ideas e incluso las formas tienden a la abstracción y a despegarse de un conjunto rico en conceptos y lleno de dibujos bonitos, pero con más cerebro que corazón. Las ya citadas escenas con Ribera son excelentes, se nos cuentan muchos datos interesantes sobre el pintor, sus relaciones amorosas en Italia están bien narradas, también su amistad con Rubens y sus disputas con el rey. No me extraña que haya quien lo mencione como firme candidato al Premio Nacional de Comic. Aunque creo que de recibirlo estaríamos ante un caso similar al de Zapico. En su caso pienso que contó que hablase de Joyce, un escritor sacralizado por la crítica. Aquí el comic se postraría ante un dios de la pintura.
Pero, repito, el tebeo tiene bastantes virtudes y es una excusa tan buena como cualquier otra para acercarse a Velázquez y su pintura y eso siempre es bueno. Al acabar, pueden releer el poema de Unamuno que es una de las grandes citas que echo en falta. Lo podían haber cambiado por lo de Foucault…