viernes, 25 de noviembre de 2011

Pagando por ello - Brown / Odisea - Ferran

CANTOS DE SIRENA

Pagando por ello 
Chester Brown
Ediciones La Cúpula. Barcelona 2011.
280 páginas, 26 euros.

Sébastien Ferran concluye su adaptación de la Odisea al comic con su tercer tomo: Ulises, el duelo de los pretendientes que ha editado Sexto Piso Editorial. Actualiza el relato poniendo el énfasis en los elementos más fantásticos de la historia. Algo que no sorprenderá a un público familiarizado con la obra gracias a sus adaptaciones cinematográficas.

En realidad, como ya comenté cuando se inició la saga, Ferran pone más ganas que talento. Su dibujo tiene muchas carencias que el color digital no consigue ocultar del todo. Así que más allá de la fuerza de los textos originales, que se conserva en cierta medida, poco hay de interés en esta adaptación. Sin embargo cada relectura de Ulises nos demuestra su infinita capacidad de sugerencia, la riqueza y universalidad de los temas que contiene.
Uno de ellos es por supuesto la imaginación. Esos elementos fantásticos que puntúan un relato muy humano me remiten siempre a los mundos de Harryhausen. Nunca llegó a adaptar directamente la Odisea, pero abordó los asuntos griegos en fascinantes películas como Jasón y los argonautas o Lucha de titanes, recientemente masacrada en su revisión digital. Y es que el gran maestro del stop-motion conseguía maravillarnos con técnicas absolutamente rudimentarias. Entendía que la magia era un estado mental, una disposición hacia la fantasía que en él se desbordaba. Sorprende como su obra se mantiene fresca y cercana, con toda su capacidad de fascinación intacta. Mientras, escuchamos a la habitual pandilla de idotas cuestionar a los superhéroes porque “¿quién puede creerse que alguien pueda volar?”. Esto es lo que pasa cuando dejan de darse clases de latín y griego en las escuelas. Nuestra progresiva desconexión con el pasado no es sólo lamentable por la pérdida de “alta cultura”. Es que nos alejamos de un mundo del que la fantasía era una parte muy importante, para emborracharnos de un empobrecedor falso realismo.

 La Odisea contiene otro tema eterno, la vuelta a casa. La vida aventurera frente a lo cotidiano, el hogar o el burdel. Ya sabemos cuál es la elección de Ulises, su final feliz con Penélope, que es como Ferran cierra este tercer álbum forzando un sentimentalismo para mi gusto excesivo. Aunque antes de considerar a Ulises como el gran defensor del matrimonio y el hogar cabría recordar todos los líos que tiene por el camino. Al final, la fidelidad suele ser cosa de uno, al menos en el modelo tradicional.

 Es innegable que el motor de la acción en este, uno de los libros más importantes del Canon occidental, es la vuelta al hogar, la exaltación del amor entre marido y mujer. Recientemente el canadiense Chester Brown presentaba Pagando por ello, un frío alegato contra el mito del amor romántico. Vaya por delante que Brown tiene mucho talento. Esta es una novela gráfica que hay que comprar y tanto su dibujo minimalista como su distante y muy personal puesta en escena me parecen geniales. Equilibra muy bien los aspectos personales con sus reflexiones, salta con naturalidad de la anécdota a la abstracción y su trabajo es fascinante y embriagador.

 También terrible, por lo convincente. Su historia se inicia cuando la novia del autor decide liarse con otro y llevárselo a la casa que comparten. Como el protagonista no es posesivo está de acuerdo con su amiga (¿), lo que le permite escuchar a la nueva pareja desde su habitación cuando hacen el amor o discuten. Todas estas circunstancias le llevan a reflexionar sobre el amor y el sexo, que ya no practicaba con su ex desde mucho antes de su separación. En este retorno al hogar a la inversa vemos como se desconstruyen nuestras ideas habituales sobre el amor romántico y la pasión para toda la vida, hasta alcanzar un punto en que lo más lógico es objetivar el deseo y pagar por un poco de sexo.

 A partir de ahí se suceden un montón de encuentros, en su mayor parte muy satisfactorios para el protagonista, que mientras tanto discute con sus amigos sobre la tradición del amor romántico y su falsedad esencial. Sobre todo se esfuerza en separarlo de la idea de felicidad. Como todos cambiamos, argumenta, es muy raro que aquella pareja de la que nos enamoramos nos siga resultando conveniente años después. Pocos se atreven a admitirlo pero la mayoría de los matrimonios, acaben en separación o no, son un fracaso. Ir de putas da menos problemas y es más divertido. Al final, de nuevo, Ulises vuelve a casa. Como el mismo Brown afirma, él no está en contra del amor romántico sino de “la monogamia posesiva”. Así que experimenta con nuevos modelos de convivencia. Largo y tortuoso es el camino de regreso a un hogar que en muchos casos sólo existe en nuestra imaginación.
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viernes, 18 de noviembre de 2011

Jean-Claude Mézières



HOMBRES (Y MUJERES) DE LAS ESTRELLAS 
Norma Editorial

El pasado mes de octubre en Gijón, en el Salón Internacional del Comic del Principado de Asturias, tuve ocasión de conocer a uno de mis dibujantes favoritos: Jean-Claude Mézières, un tipo explosivo, afectuoso, cercano y encantador.

Sigo la serie que realiza junto a su amigo el escritor Pierre Christin desde hace décadas y soy un fan confeso de las aventuras de Valerian y Laureline. Ha sido una gratísima sorpresa comprobar que esos maravillosos personajes tienen un padre que está a la altura de las circunstancias.

Uno de los pasajes más sorprendentes de su biografía es su fase de vaquero. Nacido en París en 1938, conoció a Giraud en el Instituto, pero no se dejó intimidar por el formidable talento de su compañero. Tras realizar el servicio militar (¡en Argelia!), el joven Mézières se lió la manta a la cabeza para cumplir un sueño de juventud: escaparse a los Estados Unidos para vivir la auténtica vida del cowboy. Sobrevivió como pudo durante meses, pero consiguió guiar al ganado y montar a caballo como los héroes de su infancia. Allí se reencontró con su amigo Christin, que daba clases de periodismo, y planeó con él posibles series de historietas para una revista que se empezaba a publicar en Francia. Pilote estaba dirigida por otro creador que había vivido la aventura americana, Goscinny. Primero emparejan a Mézières con Fred pero en seguida se pone a dibujar las aventuras del agente espaciotemporal.


En ese momento una serie de ciencia-ficción no era una opción lógica. Lo más habitual eran otros géneros como el western. Pero como éste ya estaba ocupado por gigantes como Jijé o Giraud, Mézières y Christin decidieron probar suerte con algo menos común. Según sus propias declaraciones, en los sesenta prácticamente no se publicaba nada de ciencia-ficción. En seguida recordamos una famosa excepción, Barbarella. Pero el impacto de esta creación de Forest fue muy limitado. Luego se convertiría en una obra “de culto”, pero en su momento tuvo una distribución muy limitada y el erotismo de sus contenidos propició que se vendiera casi de tapadillo.

Barbarella nos sirve como elemento de contraste para reflexionar sobre otra de las grandes aportaciones de la serie Valerian. Si el personaje que luego sería encarnado por Jane Fonda en el cine era una suerte de objeto sexual, una creación más bien machista, Laureline era todo lo contrario. Para Mézières obedeció a un proceso absolutamente natural. La aparición de un personaje femenino fuerte era algo tan novedoso entonces como la ciencia-ficción. Tampoco dudaba en cuanto al origen del peculiar carácter de la compañera de Valerian, más decidida y espabilada que el héroe. “Para nosotros fue algo natural. La hicimos como las mujeres que conocimos en Estados Unidos. A mi puede gustarme que una mujer tenga un buen culo, pero también quiero que tenga cerebro”. La crítica ha babeado durante años sobre Barbarella, presentándola paradójicamente como muestra de la liberación femenina en el comic. En realidad, repito, no dejaba de ser una fantasía sexual, mientras que Laureline sí es real, creíble y, por tanto, perfectamente olvidable. Desde luego no para sus lectores, que además pueden disfrutar con la fina ironía de Christin. No hay complacencias feministas en la serie, más bien al contrario. No solo asistimos a la constante y auténtica lucha de sexos entre Valerian y Laureline, también se nos presentan otros personajes, como la científica de Mundos ficticios, una brillante parodia de una feminista chiflada.

Algo que no conviene mencionar ante Mézières es Star Wars. El dibujante se siente saqueado por Lucas y compañía. Muchos de sus diseños coinciden o se parecen a artefactos o aliens que pueblan la saga galáctica. Y nunca ha percibido un duro en concepto de derechos de autor. Comentaba que Luc Besson, director con quien colaboró en El quinto elemento, también le robó para la película el taxi volador que aparecía en la portada de Los círculos del poder. ¡Pero al menos ya le había pagado por otros diseños que había realizado para el film!

En fin, Valerian es una serie que se sigue con pasión y que recientemente se ha recopilado en bonitos volúmenes. Si todavía no han tenido el placer de echarle un vistazo, corran a comprárselo porque es de lo mejorcito que ha parido el comic europeo en las últimas seis décadas.
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viernes, 11 de noviembre de 2011

Habibi. Graig Thompson

PESADILLA ORIENTAL

Habibi 
Craig Thompson 
Astiberri. Bilbao, 2011. 
664 páginas, 39 euros.

Craig Thompson nos sorprendió en Blankets hablándonos de su juventud y cómo se había distanciado del ámbito cristiano en que se educó. Ahora vuelve a la carga con más páginas encuadrando su nuevo trabajo en otra religión.

Obra desmesurada y elegante, Blankets permanecía en la memoria como un intento tan respetable como desequilibrado. Honesto y bien dibujado adolecía de cierta autocomplacencia que estiraba la narración en exceso, ablandando sus contenidos. Con Habibi le vuelve a pasar, solo que en mayor medida. Primero, un apunte respecto al dibujo, tan refinado como siempre. Thompson maneja con soltura su pincel y nos ofrece bellas composiciones en las que los trazos caligráficos se integran de forma natural. Todo el volumen está salpicado de bonitas imágenes, impactantes composiciones que delatan el talento gráfico del autor.

Otra cosa muy diferente es el relato. Por un lado asistimos a una clase de religión comparada. Como se sabe las tres religiones del Libro, el islam, el cristianismo y el judaísmo tienen una historia compartida que se traduce en textos con los mismos protagonistas. Thompson insiste en este aspecto y en ocasiones parece que sus conocimientos sobre el islám van a desvelarnos nuevas facetas de pasajes que conocemos a la luz de otra tradición. Pero sólo lo parece.

Más que un ensayo, esta novela gráfica se alimenta del modelo clásico de Las mil y una noches. Esto es, se estructura a partir de una acumulación de cuentos. El autor acumula historias dentro de historias hasta que todas confluyen en un decepcionante final. Ese amontonamiento de relatos acaba resultando agotador. Son tantas las cosas que pasan que el lector se distancia por extenuación. No niego la existencia de pasajes perturbadores y sobre todo de imágenes fascinantes, como ese río lleno de basura y contaminación. Pero luego el carácter densamente metafórico de todo lo que se nos cuenta resulta demasiado pesado. Cada acción no es sólo lo que parece sino que además esconde nuevos y profundos significados que se nos van explicando como si todo fuera tremendamente trascendente.


La sensación de fantasía oriental se acrecienta gracias a una geografía movediza y a una situación histórica ambigua, nunca sabemos del todo si el relato transcurre en el presente ni en qué lugar concreto. El desierto es eterno pero parte de los males que acosan a la población local son muy actuales. Por otro lado Thompson enfatiza los aspectos dedicados a la sensualidad y a un erotismo de harém del XIX. Para entendernos, su acercamiento es similar al del calenturiento Dufaux en la serie Djinn. Y parece querer decirnos que esa relación más natural con el sexo es uno de los legados del Islam, frente al represivo cristianismo. Por el momento su obra sólo se ha publicado en occidente así que no podemos saber qué opinarían los mulanes de sus pasajes más subidos de tono. ¡Buena suerte, Craig!

En fin, que no, que no hay quien se trague este pastel al que le sobra falsa trascendencia y carece de verdaderos personajes, no espectros diseñados para transmitir ideología.
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viernes, 4 de noviembre de 2011

Humor Blanco

BLANCO, EL TBO… ¡Y MUCHO MÁS! 
Humor Blanco. 
Josep Maria Blanco Ibarz
Casal Solleric. Del 13 de septiembre al 13 de Noviembre de 2011. 

La pasada Nit de l’Art se inauguraba en el Casal Solleric de Palma la exposición dedicada al dibujante Josep Maria Blanco, uno de los últimos supervivientes de la revista TBO, la publicación que explica que en España denominemos “tebeos” a los comics.

El TBO, primero 
El TBO nació casi una década antes que Blanco, en 1917 mientras que él veía la luz en 1926. La revista incorpora a dibujantes tan reconocidos como Opisso o el menorquín Marino Benejam. Son sólo dos nombres que sobresalen en una plantilla que supone un verdadero despliegue de talento. En 1923 aparece como sección Los Inventos del TBO y en 1936 Benejam crea a Melitón Pérez, aunque el TBO se caracterizaba por incluir pocos personajes fijos.

Con la guerra la cosa se complica y en 1938 se interrumpe su publicación. Vuelve en 1942 pero variando su nombre y con muchos problemas para conseguir un permiso de edición. Con todo, en 1944 aparece la serie más popular de la revista, La familia Ulises. Finalmente en 1952 consiguen normalizar su periodicidad, dando inicio a la etapa más exitosa y prolongada. En 1972 se convierte en TBO2000 y en 1980 en El TBO. Desaparece tres años después. Todavía hoy es fácil acceder al material del TBO. Ediciones B agrupó en tomos historietas de diversas épocas de la revista bajo el título de “El TBO de siempre” y pueden encontrarse en cualquier librería especializada. Recientemente Salvat lanzaba un coleccionable compilando Almanaques:“TBO, edición coleccionista”. En ambos casos se echaba en falta algo más de orden en la selección y presentación, pero al menos nos permitían satisfacer nuestro interés por una obra tan variada como interesante y divertida.

Existen razones que explican la tremenda popularidad del TBO, con tiradas impensables hoy en día, casi medio millón de ejemplares que se calcula eran leídos y compartidos por millones de lectores. Por un lado sus aspectos gráficos, su colorista presentación pero también los variados y muy personales estilos de sus colaboradores. También sus contenidos, que primaban un humor bienintencionado generando la ilusión de un mundo luminoso y agradable en el que primaban las buenas maneras y una inocencia generalizada. Durante años el legado del TBO ha quedado oscurecido por la atención prestada a su principal competidor, Bruguera, que a la larga fue quien se quedó con el pastel del público. Bruguera, se nos dice, ofrecía una mirada distorsionada pero crítica de lo real, de la violencia, el hambre, las contradicciones, la represión y las penurias de la sociedad franquista. El TBO por el contrario sería una publicación burguesa, acomodaticia y que colaboraría con el régimen participando del milagro económico de los sesenta, aturdiendo a sus lectores con la fantasía de un mundo mejor. Es la vieja idea del arte como reflejo. Para los que no creemos en un arte dictado, todo esto no tiene ningún sentido. ¿Hay que despreciar a Matisse por proclamar que su pintura es como un buen sofá? No niego que el arte pueda alimentarse de la indignación política, pero sí que DEBA hacerlo.
El TBO no tiene nada de qué avergonzarse y mucho de qué enorgullecerse. En el desarrollo de ese proyecto jugó un papel relevante Josep Maria Blanco.


Blanco contra Ibarz
Tras algunos coqueteos con otras revistas, Blanco consigue publicar en el TBO en 1951. En ese momento ya trabaja en un Banco, ocupación que no abandonará hasta su jubilación. Toda su vida laboral se caracteriza por una extraña duplicidad, oficinista por la mañana, dibujante por la tarde y noche. Para él, más que una necesidad creativa, de expresión, su trabajo “artístico” era otra fuente de financiación. No era el único, Urda fue su compañero en la sucursal y también Ibáñez trabajó en un banco hasta que Mortadelo le permitió dejarlo.

Lo más interesante en los primeros años de Blanco son sus constantes cambios de estilo. De la distorsión extrema, lo que él llama su etapa de narigudos, a una mayor contención y naturalismo, imitando el estilo de Benejam. Después prueba con la geometría, llegando a realizar las cabezas con monedas. Esta fase es quizás la que nos resulta más moderna, más próxima, pero al autor no le satisfacía, no se ajustaba a sus prioridades cómicas. Entra así en una etapa de geometrías blandas donde los cuerpos se estiran y distorsionan y el dibujo es satisfactoriamente limpio y despejado. Tampoco dura mucho. A mediados de los sesenta fija su estilo“clásico” que ya no abandonará.

Curiosamente esos cambios le perseguirán a lo largo de su carrera. Cuando en los setenta su fama se consolida y debe continuar el trabajo de Benejam en La familia Ulises, los editores deciden recuperar historietas anteriores, inéditas algunas, ya publicadas otras. Para no confundir al lector adoptan el apellido materno del autor. Así, al lado de las planchas del moderno Blanco, encontramos el material del antiguo Ibarz. Ambos son igual de satisfactorios.

Fuera de serie 
Bruguera basaba toda su producción en personajes fijos, al contrario que el TBO. Sin embargo, algunas de sus escasas series fueron tremendamente populares. Como la dedicada a los estrambóticos inventos, donde Blanco apenas participó con un par de planchas. Por su cuenta creó algo parecido a una serie, unos caníbales de nombre movedizo, los kakikus, que seguramente hoy escandalizarían a los beatos de lo políticamente correcto. Participaba de una tradición donde encontramos a Opisso o a Benejam tratando con lamentable paternalismo a los africanos. Aunque cualquier rasgo de supremacía blanca queda habitualmente diluido en un humor siempre bonachón y multidireccional.

Luego el autor se ve embarcado en una aventura que le dejó un sabor agridulce. Como continuador de La familia Ulises, Blanco se siente orgulloso de haber mantenido vivos los personajes creados por su maestro y amigo Benejam. Pero también se lamenta de las horas perdidas realizando un trabajo que no sentía como propio, con guiones que no eran suyos.

Volvió a coquetear con otros héroes, esta vez de creación personal. Pero ni Don Cosme, su señora o el burro Aníbal pueden considerarse realmente fijos. Eran más bien excusas que le servían para fabricar historias. Tan pronto los empleaba como se olvidaba de ellos. Donde realmente sobresalía era en el gag, la historia corta, la ocurrencia. Ya fuera en portadas, planchas enteras o medias, centrales o tiras, su humor no desfallece y apenas necesita desarrollar a sus protagonistas, tan universales son sus rasgos. Blanco conoce muy bien al hombre de la calle, al tipo que vive su vida e intenta que le dejen en paz y evitarse líos. Lógicamente las cosas nunca salen como esperamos y esa decepción activa el mecanismo cómico. Su humor siempre oscila entre la pura observación de la realidad y un desparrame surrealista y muy imaginativo. Si sus historias tienden a originarse en lo real pueden acabar transitando territorios tremendamente absurdos y siempre divertidos.

 Más allá del TBO 
Cuando el TBO se desvanece Blanco decide reinventarse. Salta entonces de las diminutas viñetas que realizaba para la revista a un sorprendente conjunto de “viñetas” únicas y de gran formato. Dedica sus esfuerzos a la ciudad que le vio nacer y donde ha pasado toda su vida. Las transformaciones del 92 empiezan a hacer mella en algunos parajes característicos, así que el dibujante convierte sus vistas en memorandums de una Barcelona que está desvaneciéndose para dar paso a una modernidad quizás demasiado seria.

Si en sus historietas había asumido el lenguaje de Benejam llevándolo a su propio terreno, en sus perspectivas demuestra que también carga con la influencia de Opisso y que puede medirse con él en uno de sus terrenos de juego favoritos, las calles llenas de coloridos personajes. Los fondos se llenan de detalles y rigor y las figuras demuestran que Blanco tiene más facetas de las exhibidas en sus largos años de trabajo en el TBO. De alguna manera la esencia cómica de su arte permanece, pero enriquecida y mejorada.

Todo esto y más puede verse en la exposición del Solleric, que todavía están a tiempo de visitar. Me siento especialmente satisfecho del catálogo que la acompaña, producido con la calidad que la obra de Blanco se merece. Échenle un vistazo y ya me dirán.
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