viernes, 28 de septiembre de 2012

ALIEN. LA HISTORIA ILUSTRADA de Goodwin y Simonson

Alien, la historia ilustrada de Goodwin y Simonson. Edita Diábolo
Diábolo Ediciones, 2012.
66 páginas, 15,5 euros.

DEL CINE AL COMIC

Coincidiendo con el estreno de la última película de Ridley Scott, vuelve la adaptación al cómic del primer Alien, en esta ocasión respetando el color original. La relación entre cine y comic es tan vieja como ambos medios. Aunque en los últimos años nos suenan más los proyectos cinematográficos que se inspiran en personajes de comic, siempre han abundado los préstamos de un lenguaje al otro. La Guerra de las galaxias generó larguísimas series de tebeos, además de las adaptaciones de los filmes originales, algunas firmadas por gente con tanto talento como Al Williamson. El mismo autor puso su trazo al servicio de la tira de prensa de Star Wars durante años. Dark Horse, la editorial encargada de estas franquicias, basó su primer desarrollo en esa relación con el mundo del cine, facturando relatos protagonizados por personajes tan conocidos como James Bond, Predator, Terminator o Alien.

Pero este fenómeno no se inició en los ochenta. Muy recordadas son también las adaptaciones de la Dell, en las que participaron autores tan grandes como John Buscema, Alex Toth o Gil Kane. Muchas de esas traducciones apenas tenían que ver con el original, pero a nadie le importaba. De hecho, los actores más populares como John Wayne, llegaron a tener su propia colección de comics. Era lógico suponer que lo que funcionaba y era comercial en un medio funcionara en otro, aunque no siempre fue así.

Respecto a este Alien que ahora se reedita, debe subrayarse la calidad de sus creadores. Archie Goodwin, encargado del guión, es uno de los escritores más brillantes del comic americano y son incontables los ejemplos que prueban su talento. En cuanto a Walter Simonson, el dibujante, es uno de los artistas más potentes de los últimos cincuenta años. Curiosamente su habilidad con el dibujo es aparentemente limitada y sus figuras, por ejemplo, pueden resultar torpes, con tendencia al estatismo. Pero domina el ritmo y la puesta en escena, es uno de los grandes renovadores de la arquitectura visual de las planchas desde los ochenta y algunas de sus obras, sobre todo Thor pero también otras como Elric, son clásicos absolutos. En ellas se hacía además cargo del guión, demostrando su humor y también su capacidad para el drama épico.

Alien, la historia ilustrada de Goodwin y Simonson. Edita Diábolo

De Alien nos quedamos con su Ripley, esa Sigourney Weaver que luego emplearía en Thor, aplicando los rasgos de la actriz al personaje de Sif, la eterna novia del héroe. Lo novedoso en esta reedición es la recuperación del color original, escamoteado en la anterior edición en español a cargo de Bruguera. Recuerdo al dibujante revisando el volumen durante su estancia en Oviedo, adonde había sido invitado por el Salón del Comic. Hacia el final, la explosión de la nave ocupa toda una página. En la versión de Bruguera la cosa se resumía en tres aros de colores primarios y casi planos. Walt no daba crédito a sus ojos. “¡Pero si yo estuve una semana dándole al aerógrafo para fabricar esta explosión, peleándome con los degradados!”. Lo cierto es que ahora que por fin podemos asomarnos a la versión original, creo que puede decirse que no es para tanto. La explosión es quizás algo más detallada pero no deja de ser una más de las innumerables horteradas de horrendos colores que se fabricaron con el aerógrafo, diabólico cacharro que gracias a Dios ha pasado a mejor vida. Pero todo el color está construido con procedimientos que eran habituales a finales de los setenta, predominando las acuarelas y cierta sensación de suciedad y oscuridad general. En fin, que está bien: el color directo sigue resultando mucho más agradable que ciertas paletas digitales, pero, para entendernos, Simonson no es Corben con el color.
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viernes, 21 de septiembre de 2012

Aventuras de un oficinista japonés. J. Domingo

Aventuras de un oficinista japonés - José Domingo
Bang Ediciones, Barcelona
2012. 120 páginas, 22 euros.

UNA Y OTRA VEZ

Siempre he pensado que los premios del Salón del Comic de Barcelona son muy útiles, ya que nos indican los tebeos a los que no debemos ni acercarnos. Como ha vuelto a ocurrir este año.

Gabi Beltrán competía por el premio junto a Tomeu Seguí con Historias de barrio, la obra con la que previamente habían ganado el Ciutat de Palma de Comic. Le sorprendía que en tiempos de novelas gráficas hubiese ganado un álbum perfectamente mudo, un argumento discutible. Su propio trabajo adolece de cierta logorrea y una tendencia a abusar del texto. Y a lo largo de la historia del comic no son pocos los tebeos extraordinarios en los que no se pronuncia una sola palabra.

Por otro lado, si a algo se parecen estas Aventuras de un oficinista japonés con las que el joven José Domingo se convirtió en el mejor autor del año a juicio del jurado barcelonés, es a la escuela donde se ha criado Beltrán: el archipiélago de Nosotros somos los muertos y compañía. Cuando pasamos las páginas de este silencioso y bonito volumen notamos la presencia de diversos autores, de Max a Fito pasando por su santidad Chris Ware. En la puesta en escena, con una constante repetición de la retícula de cuatro viñetas, podríamos citar a Brown y su mirada divina, ese encuadre axonométrico que aplana la perspectiva y apenas se permite variaciones en la planificación. Esa opción narrativa se explica en parte por la experiencia en animación del autor. De hecho creo que su forma de contar resultaría más adecuada para un corto que para un comic, donde cansa encontrarse invariablemente con el mismo mecanismo, página tras página.

Menciono las influencias no para sugerir que Domingo carece de originalidad o que su modernidad es sólo superficial. No, cada época trae determinadas costumbres formales, al menos en el campo de la ilustración y el comic. Max ha sido una poderosa influencia sobre numerosos jóvenes creadores y él a su vez reconoce sus deudas con autores como Meulen o Chaland. Sin problemas. Las “credenciales” de Domingo son impecables y sus esqueletos, árboles, colores y otros elementos gráficos podrían pasearse tranquilamente por cualquier número de la fallecida NSLM, la publicación radiante de Max y Pere Joan.
Viñeta de Aventuras de un oficinista japonés - José Domingo
Pero ¿en qué ha consistido esa influencia? ¿Qué tiene que contarnos el autor, cuales son sus virtudes narrativas o temáticas? ¿Qué han visto en su trabajo los sesudos miembros del Salón barcelonés? Ni idea. Me he obligado a releer el álbum para escribir estas líneas y ha sido aburridísimo. No quiero quitarle méritos a Domingo y le felicito sinceramente por su galardón. Ha realizado un tremendo esfuerzo para completar su obra pero como lector no consigo interesarme por ella. En absoluto. No es que dibuje mal o que no se entienda lo que cuenta. Pero estos relatos oníricos, estas exhibiciones de escritura automática, necesitan algo más para resultar soportables. No hay evolución, no hay reglas, cualquier cosa puede pasar, sale el autor que se retrata como un esclavo que ha vendido su alma a no sé qué perdido demonio, se acumulan las citas a la serie B y a los delirios digestivos y qué sé yo cuantas cosas más. Pero falta humor, chispa, verdadera sorpresa, imaginación. ¡Es una pesadez!

Como las desgracias nunca vienen solas, Seguí no sólo no gana el premio en Barcelona sino que además su programada exposición en Ses Voltes se aplaza sine die. Estaba prevista para la Nit de l’art pero al final no ha podido ser. Confío en que el año que viene se nos permita disfrutar de este proyecto.
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viernes, 14 de septiembre de 2012

MUERTE DE UN MAESTRO


Joe Kubert - TOR
2012 está siendo especialmente dramático para el mundo del comic. El pasado 12 de agosto el gran Joe Kubert se sumaba a la ya larga lista de fallecidos de este año: Moebius, Severin o Segura entre otros.

Nacido en 1926 Kubert era hijo de emigrantes, un tipo duro formado en las calles y que se había puesto a dibujar y trabajar como profesional a una edad increíblemente temprana. Tras su servicio militar en Alemania puso en marcha la primera línea de comics en 3D, una anécdota en una carrera en la que destacan los tebeos bélicos. Colaboró en las diferentes series de guerra de la DC, como dibujante, guionista y finalmente editor. Esa es quizás su etapa más brillante, entre 1967 y 1976, cuando coordina el fabuloso trabajo de sus colegas y al mismo tiempo es capaz de dibujar una de las mejores versiones de Tarzán que se recuerdan. También fundó una escuela, junto con su mujer Muriel, con fama de ser la mejor del mundo en su género y que aún perdura. The Joe Kubert school of cartoon and graphic art le mantuvo ocupado durante años pero nada podía apartarlo mucho tiempo de su mesa de dibujo, según sus propias palabras “el mejor lugar del mundo”.

Conocí a Kubert en 1994 en el Salón Internacional del Comic del Principado de Asturias. Era un tipo sólido, que derrochaba vitalidad y autoconfianza y que sin duda se proyectaba en sus personajes, siempre dispuestos a hacer lo que sea necesario. Como muchos de los colaboradores de la DC, tardamos en conocerlo y además de una manera azarosa y extraña, a través de los tebeos de Novaro que llegaban de forma desordenada y que en absoluto cubrieron el total de su voluminosa producción. Y es que Kubert era un dibujante rápido y eficaz. Él mismo se encargaba de sus propias tintas, aportando a su obra una sensación elegante y fluida, más interesado por la sensación que por el detalle. Como decía su buen amigo Russ Heath, que le entintó en alguna rara ocasión: “Nadie puede entintar a Joe como él mismo lo hace, nadie tiene sus cualidades.”
Joe Kubert - Tarzán

Mi primer recuerdo de Kubert es un episodio de Tomahawk, el clásico héroe de un raro oeste colonial. Permanece como un impacto visual demoledor, aunque confieso que nunca he vuelto a releer un tebeo que perdí hace mucho. Pero sin duda contenía todas las bazas que caracterizan el trabajo del dibujante. La primera ya la he citado, la fuerza y aparente facilidad de sus acabados. La segunda es su narrativa. Sus comics explotan la unidad de la página como pocos han sido capaces de hacer antes o después de él. Y además de una manera natural, poco intelectualizada. Viñetas que se estiran hasta cubrir la plancha a lo ancho o a lo largo, primerísimos planos que contrastan con espectaculares planos generales. Kubert sabe cómo ofrecer espectáculo y cada una de sus páginas es una lección de narrativa.

Toutain nos permitió echar un vistazo a algunos de sus episodios para Enemy Ace, uno de sus más conocidos héroes de guerra, aunque el más famoso de todos ellos,Sargento Rock, permanece prácticamente inédito por aquí. Tampoco conocemos gran cosa de otros de sus personajes para DC, como Haunted Tank, Hawkman, Tor o Viking Prince, aunque en los últimos años los recopilatorios de la editorial nos han permitido reencontrarnos con viejos trabajos del maestro.

Uno que le persiguió fue su colaboración con Robin Moore, una tira de prensa titulada Boinas Verdes y que se publicó entre 1965 y 1967. Durante años se acusó al dibujante de defender la intervención americana en Vietnam, un auténtico sacrilegio para muchos. Lo cierto es que gráficamente la tira contiene al mejor Kubert y sus guiones son entretenidos. Les aconsejo que las relean, sin las orejeras puestas por supuesto. Cuando luego el dibujante vuelve a DC para editar las series de guerra de la editorial, introduce algunos cambios que reflejaban el ambiente antibelicista de finales de los sesenta. Como la famosa banda que se incluyó al final de cada episodio bélico: “No hagas la guerra nunca más”. Muchas de las historias del más prolífico guionista “de guerra” de la casa, Bob Kanigher, ya aportaban una visión muy poco heroica de los conflictos armados.

El Kubert maduro nos reservó no pocas sorpresas. Como Abraham Stone, un personaje del que aquí llegó tan sólo un álbum. O su trepidante participación en Punisher, que viajaba hasta Yugoslavia para vivir unas aventuras que siempre me parecieron mejores que Faxes from Sarajevo, un trabajo “de autor” no tan convincente como algunas de sus apuestas comerciales. Otro proyecto que demostró su buena forma fue su participación en Tex. Y, por supuesto, Gangster judío, una pequeña novela gráfica con el mejor Kubert posible.
Joe Kubert - Gangster judío

En fin, si Kubert fallaba normalmente la culpa era del guionista. Dibujó algunas historias mediocres en sus últimos años y no pocos de los innumerables episodios bélicos que facturó relataban anécdotas sin demasiada sustancia. Pero su dibujo lo mejoraba todo, sus personajes eran característicos, lacónicos pero cercanos como todos los grandes héroes americanos. Como él mismo. Te echaremos de menos, Joe.
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