viernes, 13 de enero de 2017

LOS BUENOS VERANOS de ZIDROU y LAFEBRE

Los buenos veranos de Zidrou y Jordi Lafebre, edita Norma
Norma Editorial. Barcelona, 2016.
56 páginas, 16 euros.

VERANOS CON NIÑOS


El guionista belga Zidrou lleva años colaborando con diversos autores españoles. Se acaba de publicar el segundo álbum de Los buenos veranos, primorosamente dibujado por Jordi Lafebre.


Creo que lo primero que impacta es el dibujo, muy expresivo y en esa onda deudora de la estética de los dibujos animados, pero sin pasarse. Guarnido lo puso de moda en Blacksad y son legión quienes intentan imitarlo. Pero los comics no son películas y el énfasis constante acaba liquidando la atención del lector más paciente. Cuando no se nos permite un plano de descanso, unas viñetas con encuadres normales y sin angulaciones, nuestro cerebro acaba saturado debido a la importancia que al parecer tienen todas las escenas, hasta que al final nada parece relevante.

Y son muchos los autores emergentes que cometen ese error. Lafebre sabe cómo dosificarse y además cuenta con un dibujo muy interesado por las emociones y la humanidad de sus personajes. Y que además remata con un color envolvente y climático. Los álbumes describen diferentes veranos de una familia belga, 1973 en el primero y 1969 en el segundo. En ambos pasamos de la fría y lluviosa Bélgica al cálido y luminoso sur de Francia. En el primer caso recalan en un río y en el segundo consiguen llegar hasta una recóndita y encantadora cala. En todo momento el dibujante resuelve con precisión el problema del color, que ayuda y mucho a describir los sentimientos y emociones que embargan a los protagonistas. El verano puede ser un especio de felicidad pero eso no evita las disputas, las frustraciones y hasta el drama.

La familia no baja hasta España porque el padre del protagonista es un republicano exiliado que no permite que su hijo vaya a pasar las vacaciones a una dictadura. La política no tiene apenas presencia en una serie en la que predominan las emociones cercanas y universales, pero el abuelo sirve como excusa para un buen gag cuando le regalan un mastín que se encuentran por el camino, al que bautizan como Franco. Se citan otros hechos históricos, como la llegada del hombre a la Luna, pero siempre como telón de fondo de unas aventuras en las que prima la nostalgia por un tiempo de felicidad absoluta, la infancia, y los matices que alejan a los adultos de esa plenitud, los sueños rotos y las esperanzas frustradas, también el amor que se apaga.

El padre protagonista es un dibujante de historietas que tiene un proyecto demencial sobre un vaquero con cuatro brazos. La saga nos muestra su fracaso y cómo intenta sobrevivir a él, creando nuevos personajes. Es una figura encantadora, despistado y soñador y que ama profundamente a su familia. A su lado, su mujer apoya sus fantasías pero hay momentos en los que desfallece y se deja atrapar por una angustia vital que la aleja progresivamente del marido. Como fondo, un surtido ejército de niños, todos ellos bien diferenciados, que arrastran a sus padres a sus mundos de fantasía. Juntos sueñan que vuelan, hablan con ardillas fantasmas y se lo pasan bomba. El mundo que describe Zidrou resultara muy familiar a todos aquellos que tengan la fortuna de contar con niños pequeños cerca. Su inagotable energía, su mirada limpia y confiada, su eterna ternura son el mejor antídoto para cualquier mal.

Así que son estos dos álbumes extraños y fuera de lugar. A la narración le conviene más el drama y los momentos angustiosos, la felicidad es aburrida y anticlimática. Pero Zidrou no parece estar de acuerdo y aunque a su obra no le faltan algunos apuntes de tristeza, abundan más las secuencias que se desarrollan entre copas tras una espléndida comida, baños al atardecer, bromas entre hermanos, la sensación del sol calentando la piel o la exploración de entornos naturales donde nos gustaría quedarnos a vivir. Un verdadero mapa de la felicidad.